Sabía que arriesgaba la vida, pero Lucy, nombre ficticio de la protagonista de esta historia, estaba decidida a reencontrarse con su hijo luego de cinco años sin verlo. No tenía visa ni esperanzas de obtenerla. La mayor sorpresa de su travesía fue cuando el Coyote se acercó al muro y, sin más, le permitió el paso abriendo una puerta
¡Caminen, rápido! ¡Caminen!, le ordenaba el hombre al grupo de personas que lo seguía de cerca. Era muy poco lo que podía verse alrededor porque la oscuridad era casi absoluta. Uno tras otro, doblados sobre sus cuerpos, avanzaban a tientas por un camino desconocido, rodeado de nada. Entre ellos iba Lucy, aterrada, “pero feliz”, reconocería más tarde, a punto de ponerle fin a una travesía de dos años y medio que la llevaría a ver a su único hijo, Federico, después de cinco años de estar separados.
No hubo ningún contratiempo en la llegada de Lucy a México. Al fin había decidido moverse y viajar desde Medellín hasta el país azteca después de perder las esperanzas de obtener la visa norteamericana en la Embajada de Estados Unidos en Bogotá.
“Puedo decir que comencé a migrar desde 2018. Ese año me negaron la visa en la Embajada americana en Caracas. No me imaginé que eso pasaría porque había tenido visa desde los 16 años. El funcionario me invitó a hacerlo de nuevo cuando mis condiciones cambiaran”, cuenta Lucy.
Aunque no le quedó claro lo que quisieron decirle, refiere que si hablaban de su situación económica, esta, lejos de mejorar, empeoró. Y para el 24 de enero de 2019 comenzó el desmantelamiento de la Embajada norteamericana en Venezuela. Con esta realidad aplastándola y sobreviviendo en Maracaibo, una ciudad que se le había hecho hostil, decidió irse a Mérida, donde permaneció por dos años.
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No hubo contratiempos en la vida que tuvo Lucy en Mérida. Reconoce que mientras permaneció en esa urbe encontró condiciones más amables que las que había dejado en Maracaibo: el clima; la electricidad, que nunca fallaba porque su apartamento estaba cerca de un hospital; el transporte funcionaba y el dinero que le enviaba su hijo, Federico, quien se había ido tres años atrás a Estados Unidos, le alcanzaba.
Pese a todo, la realidad política venezolana, la falta de gasolina y de trabajo, la imposibilidad de obtener la visa desde Venezuela y de que el país más cercano para lograrlo era Colombia la llevaron a migrar nuevamente. Esta vez se fue a Medellín.
De Mérida a Medellín
Lucy llegó “por las trochas” a Medellín. “Me fui con la esperanza de que al estar más cerca de Bogotá y quizás tener información más a la mano, pudiera conseguir lo que buscaba desde hacía dos años: renovar la visa norteamericana.
“Pero no fue así. Estando allá me enteré de que debido a la pandemia las citas para las visas estaban pautadas para año y medio de espera, como mínimo, porque durante este tiempo estaba en cola la gente que había hecho las solicitudes previamente. Con suerte, yo tendría cita para septiembre de 2022, y con el riesgo de que no me la aprobaran”, relata Lucy.
En marzo comenzó a escuchar que la gente estaba llegando a Estados Unidos pasando por México y que muchos lograban salir de los albergues. “Lo conversé con mi hijo, Federico, y lo primero que pensamos era que viajaría hasta México inicialmente, no con el propósito de pasar de una vez, sino de al menos estar más cerca de Estados Unidos y aprovechar que tenía gente conocida con la que quedarme. Llegué a pensar que quizás podría solicitar la visa desde ese país o que, en todo caso, era más fácil para Federico viajar hasta allí para que nos viéramos. Teníamos cinco años sin vernos”.
La meta entonces fue llegar a México y ver qué pasaba. “Estaba clara en que para Venezuela no me iba a devolver”, agrega con firmeza.
Estando allá (Colombia) me enteré de que debido a la pandemia las citas para las visas estaban pautadas para año y medio de espera, como mínimo… Con suerte, yo tendría cita para septiembre de 2022
Lucy
De Medellín a México
Lucy no tuvo ningún contratiempo al llegar a México. Llevaba consigo una carta de invitación de unas amigas que vivían en Puebla y, en su mente, veía al país azteca como un destino final posible.
Al cumplir siete días en Puebla, la realidad cambió. La oportunidad llamaba a la puerta. Había el dinero y los controles en la frontera eran mínimos. Su hijo le dijo que era el momento, lo acordaron y dio el primer paso: llamó al “Taxista” —nombre que utilizó para referirse al “Coyote”— luego de obtener el contacto por un familiar que había llegado felizmente a Estados Unidos.
“El Taxista resultó ser un venezolano. Es más, era maracucho. Fue música para mis oídos. Cuando lo contacté me dijo que no me iba a pasar por Arizona, por donde había pasado a mi familiar, porque estaban devolviendo a la gente. Me sugirió que comprara un boleto para Hermosillo y hablaríamos otra vez cuando llegara allí”.
Y así lo hizo Lucy. Compró de inmediato el boleto por avión; por tierra hubiese significado un trayecto de 23 horas.
“Estaba muy asustada, porque cada cuento que escuchaba era peor que el otro: ‘¡Que te pueden secuestrar’, ‘Que te puede picar una culebra’, ‘Que te puedes ahogar en el río…!’. A todas estas, una no sabe por dónde va a pasar ni cómo es el territorio por dónde va a hacerlo. Una no pregunta eso. Una pone la vida en manos del “Taxista”. Una cosa sí tenía clara en medio de todo el drama y el susto que estaba viviendo: eso no tenía vuelta atrás. Yo iba a exponerme a lo que fuera, porque pa’trás ni para coger impulso. Yo sé que hay gente que se muere, que la secuestran, pero bueno…, pa´lante”.
En marzo comenzó a escuchar que la gente estaba llegando a Estados Unidos pasando por México y que muchos lograban salir de los albergues. “Lo conversé con mi hijo, Federico, y lo primero que pensamos era que viajaría hasta México, inicialmente, no con el propósito de pasar de una vez, sino de al menos estar más cerca de Estados Unidos
Lucy
Y Lucy no preguntó. Cuando llegó a Hermosillo hizo lo indicado. Contactó a su “Taxista-Coyote” por whatsApp. “Ya puedes pagar”, le indicó. Esto significaba la transferencia por Zelle de 900 dólares. No hay rostros ni recibo ni aval. Solo la disposición por parte del “empresario” de que el trabajo debe quedar bien hecho para garantizar un buen servicio. Tal y como concluye Lucy: estás en sus manos.
“De Hermosillo tomé un bus para Mexicali. Al llegar allí nos llevaron a un hotel. Era 5 de mayo. Nos dijeron que íbamos a dormir allí porque no había posibilidades de pasar ese día. Una hora después de llegar al hotel, como a las 6:30 pm, tocaron a la puerta de la habitación. Era la muchacha contacto del “Taxista” (la segunda “Coyote”). A ella le dimos los 400 dólares en efectivo”.
—Vamos a pasar esta misma noche. Tienen una hora para prepararse. A las ocho llegará la van. Bajen y caminen hasta el estacionamiento—, les indicó.
“A las ocho de la noche llegó la van y nos fuimos hasta el estacionamiento. El interior de la unidad estaba oscuro. Pude distinguir que había gente, pero ningún rostro. Todos estaban en el suelo porque no había asientos”.
La van comenzó a recorrer la ciudad, percibió Lucy. Y calcula que transcurrieron unos 12 minutos antes de llegar a su nuevo destino. “Era un terreno grande, con una casa en medio. Había varios carros desvalijados, ya convertidos en chatarra, como una especie de chivera. Nos bajamos y fue entonces cuando pude notar que a escasos 10 metros estaba el muro que separa a México de Estados Unidos”.
Sin visa en Estados Unidos
¡Caminen, rápido! ¡Caminen!, le ordenaba el hombre al grupo de personas.
Comenzaron a caminar a tientas rumbo al muro, nombre popular para una cerca alta de barrotes de metal. Estaba muy oscuro. De repente, el “Coyote-chofer” detuvo la caminata…
—¡Tírense al piso!— unas luces lejanas advirtieron al desconocido guía sobre la presencia de los patrulleros fronterizos. Todos hicieron lo indicado.
Pasaron unos segundos, pero Lucy no logra precisarlos. No tenía miedo, quizás por la adrenalina que le producía la situación. A la nueva orden del guía se levantaron y prosiguieron el camino hacia la cerca.
Una cosa sí tenía clara en medio de todo el drama y el susto que estaba viviendo: esto no tenía vuelta atrás. Yo iba a exponerme a lo que fuera, porque pa’trás ni para coger impulso. Yo sé que hay gente que se muere, que la secuestran, pero bueno…, pa’lante
Lucy
“Al llegar a ella, él mismo nos abrió una puerta. Es un corte que han hecho sobre los barrotes de la cerca y por allí pasamos todos. Ya estábamos en Estados Unidos”.
—¿Y qué sientes un mes después de haber llegado?
—Cuando entré fue una sensación de seguridad. Ya lo que el Coyote tenía que hacer lo había hecho, y quedaba en manos de la migración norteamericana si me dejaba seguir o me devolvía. Todavía, un mes después, no me lo creo. Cada día vivo cosas nuevas que me hacen sentir sumamente afortunada.
“Un día me dije que ya era hora de comenzar a moverme por Federico. Sinceramente, dejó de importarme lo que pasara con el país. Estaba próxima a cumplir los 60 años y el resto de mi vida quería pasarla con mis seres más queridos: Federico y mis futuros nietos”.
Y eso fue lo que pasó: 15 días después de haber llegado a Estados Unidos, Lucy celebró junto a Federico sus 60 años de edad.