La señora María Ferreirra, mejor conocida como Maruja, dependía de nebulizaciones constantes y movilización en una cama eléctrica para mantenerse estable después de sufrir un ACV, pero una falla que dejó sin electricidad durante seis días a la urbanización Los Caobos, donde residía, anticipó el fallecimiento de la señora de 96 años el pasado 2 de febrero
La señora Maruja Ferreira tenía cinco meses y medio en cama. Con 96 años y un accidente cerebrovascular (ACV) que dejó secuelas, la opción de la familia fue proveerle todos los cuidados y atenciones posibles desde casa para garantizar eso que su nieta, Roommie Merino, denominaba “una muerte en paz”
No escatimaron: enfermeras, equipo médico, un colchón y cama especiales, medicinas necesarias, flores, esencias y todo el amor que a la familia Merino le fue posible brindar en ese tiempo, que pudo haber sido de 10 años más, como bromeaban los médicos que evaluaban a Maruja en casa. Pero esa tranquilidad aparente se transformó de repente por una falla eléctrica en la zona.
El sábado 2 de febrero Rommie y su madre, Greta Merino, perdieron a Maruja en medio de un apagón de seis días que les quitó la posibilidad de estabilizar a la abuela para que no hiciera esos pequeños trombos (formación de coágulos en el interior de un vaso sanguíneo) que derivaron en uno mortal.
La falta de electricidad repentina y postergada -desde el 27 de enero al 3 de febrero- en la avenida Bogotá de Los Caobos, zona caraqueña en la que vivía Maruja, precipitaron su deterioro.
La inactividad del colchón eléctrico antiescaras, sumado a la imposibilidad de hacer las nebulizaciones, provocaron que Maruja sufriera una asfixia que resultó mortal. En medio del sufrimiento y desesperación su familia intentó auxiliarla pero no hubo éxito.
El viernes, a cinco días del apagón, roncaba como un pequeño motor, según recuerda Rommie. El sábado, 1° de febrero comenzó a convulsionar.
LAS LUCES DE LA CASA SE APAGARON POR UNA SEMANA Y PRECIPITARON EL FINAL DE LA SEÑORA MARUJA
Y, aunque llamaron al médico y le administraron los medicamentos prescritos, Rommie, que es odontóloga, notó que su abuela tuvo otro ACV, uno más profundo.
“Ya no cerraba la boca, tenía flacidez facial, al sentarla no tenía resistencia y comenzó a salivar de forma excesiva”, cuenta Rommie.
A las 4:30 pm de ese sábado, el ronquido generado por la asfixia de la abuela se apagó. La luz volvió el lunes, 3 de febrero. El mísmo día que Roomie y su familia fueron a cremar los restos de Maruja y dejaron atrás esa alegría de la abuela que iluminaba la casa.
Se apagaron las esperanzas
Corpoelec apareció en la avenida Bogotá el martes 28 de enero y también el miércoles 29. Pero no resolvió nada. La propia Rommie habló con los trabajadores y les contó la situación de su abuela. Le aclararon que la falla se debía a un daño en el transformador de la zona. Pidieron “colaboración” de los vecinos y muchos les dieron comida, jugo y agua.
El miércoles la señora Maruja comenzó a ahogarse con sus propios fluidos y la imposibilidad de nebulizarla despertó en Rommie y Greta una preocupación inminente. Ese mismo día escucharon a algunos vecinos afirmar que los trabajadores de Corpoelec dijeron que se debían pagar 5.000 dólares para poder reparar el transformador dañado.
“Si yo los hubiese tenido los habría pagado. Pero no los tenía. No los tenía, pese a que estoy segura de que la vida de una persona vale más que eso”, es lo que pensaba antes y piensa ahora Rommie, una mujer a la que le ha tocado vivir la crisis de cerca en su trabajo dentro de la Universidad Central de Venezuela (UCV) como parte del cuerpo de primeros auxilios, mejor conocido como los “cascos azules”.
Rommie y Greta se concentraron en la señora Maruja. Pero su realidad a oscuras también les demandó acciones. Debieron sacar toda la comida de la casa, mantener los aparatos a salvo y activar reclamos en redes sociales para denunciar el apagón que ya rondaba las 72 horas y no había sido resuelto.
Lo que más duele son las circunstancias, porque cuando la vimos tenía la expresión facial de alguien que sufre, que muere desesperada. De alguien que no está en paz
Rommie Merino
En esos días vió a su Maruja apagarse como nunca. La señora era gallega y su altivez y mandonería eran parte de su actuar diario. Realmente no llevaba la sangre de las Merino, pero desde que llegó a Caracas en el año 56, la única familia que conoció en Venezuela fue la de Greta.
La abuela siempre se impuso y, aunque perdió el habla con el último ACV, se negaba a comer o pelaba los ojitos y se quejaba si quería que la cambiaran o se sentía incómoda. Su fuerza de voluntad, sumada a los cuidados de la familia, hacía que los médicos dijeran siempre que esa viejita enterraría a sus cuidadoras.
Toda esa fortaleza se esfumó los días jueves y viernes de esa semana, luego de la falla del transformador. Rommie consiguió una planta y lograron nebulizar a Maruja un par de veces antes de que se descargara. La crisis empeoró y la ausencia de electricidad les pasó la factura.
Ellas jamás imaginaron que lo que empezó como un simple apagón que parecía ser breve, se convirtió en la sentencia de Maruja.
Se apagaron las luces
El lunes 27 de enero, como todos los días, la enfermera de la señora Maruja llegó temprano al apartamento en Los Caobos. Le hizo su limpieza, le dio sus medicamentos y la coronó con el cintillo rosado de maripositas con el que solían adornarla para alegrarle el día.
Fue un día normal hasta que a las 10:00 am se fue la luz.
Rommie se imaginó que sería algo pasajero, pues en la zona no suelen haber fallas eléctricas. Recuerda que durante los apagones nacionales de 2019, Los Caobos fue de los primeros lugares de Caracas a los que volvió la luz.
Entre marzo y julio de 2019, Venezuela vivió ocho mega apagones. Al menos tres de ellos oscurecieron todo el país y se prolongaron en algunos poblados del interior, e incluso en la capital, por más de cinco días.
ROMMIE CONSIGUIÓ UNA PLANTA Y LA LOGRARON NEBULIZAR A MARUJA UN PAR DE VECES ANTES DE QUE SE DESCARGARA
La asociación civil Comité de Afectados por los Apagones registró, por decir lo menos, la pérdida de 25.617 equipos eléctricos en los dos primeros blackout y más de 19.000 en los dos siguientes, sin contar las vidas que se perdieron también.
La crisis eléctrica, que la administración de Nicolás Maduro atribuyó a “un sabotaje”, se mantuvo durante todo 2019. Tanto así que, de acuerdo con datos de la organización Cedice Libertad, “más de 300 zonas entre Caracas y el interior del país recibieron año nuevo sin suministro eléctrico”.
Pero Rommie estaba confiada en que sus buenas acciones y la suerte de vivir en una “zona privilegiada” en esa oscura etapa para Venezuela, la protegerían. Pero llegó la primera noche sin energía eléctrica y ella y su mamá se dieron cuenta de que no era un simple corte.
Pusieron una lamparita de aceite en el cuarto de Maruja, como casi todos llamaban de cariño a la señora María Ferreira. Trataron de aumentar las terapias de movimiento porque el colchón antiescaras se apagó y Rommie sabía que los pacientes con problemas cardiovasculares pueden generar microtrombos ante la falta de movilidad.
Los cuidados con ella fueron extremos a partir del 18 de agosto de 2019 cuando tuvo un ictus masivo, que fue de los más graves que había sufrido desde 2003, cuando comenzó a tener problemas cardiacos.
Ese agosto, luego de una hospitalización de mes y medio, el médico dijo a la familia que lo mejor era llevarla a casa y proveerle todos los cuidados y el amor necesarios hasta que “se apagara como un pajarito”. Y justo eso fue lo que se propuso la familia hasta que la crisis eléctrica venezolana las alcanzó.
Maruja las dejó el día que se cumplieron seis días sin electricidad y sin respuesta de todas las autoridades a las que Rommie hizo llamados desesperados.
Aún a oscuras
“Yo nunca me imaginé que porque se fue la luz mi abuela moriría”, dice Rommie. Aunque ella y su madre estaban preparadas para cualquier desenlace, nunca vislumbraron tener que ver a su Maruja morir ahogada con sus propios fluidos.
Así lo describe Rommie: “Lo que más duele son las circunstancias, porque cuando la vimos tenía la expresión facial de alguien que sufre, que muere desesperada. De alguien que no está en paz… Nadie puede morir bien si se está ahogando en sus propios fluidos y no podemos hacer nada para ayudarla”.
Ese sábado, Rommie, que dona medicinas, que hace trabajo social, que ayuda a las personas en la calle y que brinda primeros auxilios gratuitos, fue alcanzada por la crisis de la que escapaba y se convirtió en parte de una estadística de 43 personas fallecidas durante los apagones de marzo, de acuerdo con la ONG Médicos por la Salud.
Ella escribió a uno de los funcionarios de Corpoelec para decirle que ya no importaba que pusieran la luz, porque su abuela había muerto y la respuesta fue: “Qué broma, lo siento”.