Salieron de Venezuela en medio de un apagón. Aunque las operaciones se cumplieron de forma manual y el despegue de sus aviones se llevó a cabo, caos y oscuridad fueron la última impresión del país que muchos despidieron durante la crisis eléctrica del mes de marzo
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Durante el mes de marzo, el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía cumplió sus operaciones enfrentando, por lo menos, 15 días con severas fallas en el fluido eléctrico. Cinco apagones nacionales, racionamiento y fluctuaciones del servicio hicieron que las operaciones aéreas de la terminal más importante del país parecieran regresar, en una especie de máquina del tiempo, a los años 50, cuando el primer aeródromo litoralense.
Tres usuarios del aeropuerto de Maiquetía compartieron con El Pitazo lo que implicó salir de Venezuela en medio de uno de los apagones registrados en el marco de la crisis eléctrica de marzo 2019.
Tres destinos, tres aerolíneas y el mismo lugar común: un aeropuerto con operaciones restringidas, signadas por la oscuridad y la incertidumbre.
Solo con equipaje de mano… a Bogotá
“Mi esposa y yo íbamos a Bogotá a encontrarnos con nuestros dos hijos. Ellos tienen tres años trabajando allá y nos enviaron a buscar. Íbamos a probar adaptarnos. Mi esposa mucho más emocionada que yo, porque tenemos tres años sin ver a los muchachos. Ella siempre ha estado más ganada a marcharnos. Yo no tanto.
Nos mandaron los pasajes que compraron por la aerolínea colombiana Wingo. Volábamos de Maiquetía hasta Bogotá. Nada lucía más sencillo. Pero hubo un apagón.
El aeropuerto de Maiquetía parecía un mercado persa, de esos de las películas. Mucha gente hablando, mucha gente dando opciones y un calor del demonio.
Llegamos con seis horas previas al vuelo que se daría el segundo día del primer apagón nacional del mes de marzo. Cuando llegamos al mostrador, el personal de Wingo fue cortés, pero no sabían un carajo de lo que iba a pasar. Primero, que si salíamos a la hora; después, que había pasajeros del día anterior, después que en Colombia no habían dado permiso para que el avión saliera porque faltaba cumplir unas normas de seguridad. Que sí nos vamos. Que no nos vamos. Que nos montamos. Que no arrancamos. Y mientras eso ocurría había rabia, desesperación y mucha molestia entre los presentes.
Si ya es arrecho meter una vida en una maleta de 30 kilos, es mucho más llevarte tu vida en un equipaje de mano
Diego Martínez
Finalmente, una de las chicas del mostrador nos dijo que el vuelo había salido de Colombia y que saldría con pasajeros. Todos nos alegramos. Pero la sonrisa nos duró poco, tan poco como duraban encendidas las luces de emergencia en el aeropuerto.
El personal de la aerolínea nos pidió que nos dividiéramos en tres grupos: uno con personas con conexiones a otros vuelos desde Bogotá, otro de personas enfermas o de la tercera edad y, por último, el resto de los pasajeros que no teníamos condiciones especiales. Allí estábamos nosotros.
Los dos primeros grupos tendrían prioridad y, por último, soltaron la bomba: no podríamos llevar equipaje en la bodega, sino únicamente el de mano. Los ánimos empezaron a caldearse. Hasta yo le reclamé airoso al personal. Después me arrepentí, ellos estaban por lo menos dando la cara y no eran responsables del apagón.
Uno de ellos nos explicó que por no haber luz, no había máquina de Rayos X y hacer el chequeo manual del equipaje sería muy engorroso, por lo que habían decidido solo volar con quienes llevaran el equipaje de mano o hacer como había hecho Copa Airlines, irse sin pasajeros.
El caos se triplicó. Había llanto, desespero, dudas. ¿Cómo dejo la maleta? ¿Cómo guardo lo que llevo en un bolso de mano?… mi esposa había embalado cosas de los muchachos, ¿Cómo las íbamos a dejar en Maiquetía?
En nuestro caso, el viaje a Bogotá no era de una migración definitiva, pero había otros casos que sí. Si ya es arrecho meter una vida en una maleta de 30 kilos, es mucho más llevarte tu vida en un equipaje de mano. Las caras de desesperación no eran normales.
No sé cómo pudieron resolver. Nosotros llamamos a un amigo y vino a buscar nuestras maletas. Dejamos lo grueso y llevamos lo indispensable, nosotros y el cepillo de dientes. Este viaje no era para huir del país, pero igual salí a oscuras y con desasosiego. Tal vez fue una señal para terminar de convencerme”.
Diego Martínez viajó desde Maiquetía a Bogotá por la aerolínea Wingo el domingo 10 de marzo de 2019.
La única puerta iluminada… a Madrid
“Viajar siempre me pone nerviosa. Y esta era mi primera vez a Europa. Me mudo a Madrid, por lo menos, por dos años. El vuelo de Air Europa salía a las 10:00 de la noche. Finalmente, salí de Maiquetía a las 5:00 de la mañana del día siguiente. Menos mal que no iba a tomar otro vuelo y que pude avisar para que no me esperaran como locos en el aeropuerto. La espera fue larga y oscura.
Llegué a Maiquetía siete horas antes. Desde el jueves en la tarde, con el apagón, comenzó el caos con los vuelos. En la agencia que me vendió el boleto me dijeron que me lanzara al aeropuerto con tiempo suficiente, pues seguramente las operaciones de chequeo serían manuales. Yo respondí que sí, aunque no entendí el alcance de la operación manual y que eso retrasara tanto un vuelo.
Sólo el chequeo manual duró más de cuatro horas. Eran minuciosos con las maletas y con el equipaje de mano. No hubo rayos X, ni escáner, ni balanza para pesar. Un hombre levantaba la maleta y hacía un cálculo de cuanto llevaba. Era todo muy loco, pero yo no estaba allí para hacer quejas, sino para irme del país. En migración anotaron mi nombre, los datos básicos, los anotaron en una libreta empastada, como esas de contabilidad. Mi número de pasaporte, para donde iba y los datos típicos. El que los anotaba escribía malísimo, así que dudo que alguien pueda ubicar algún dato serio de mi salida de Venezuela. De hecho, creo que mi salida no está en ningún sistema, porque no creo que cuando vuelva la luz alguien se ponga a pasar toda esa plana de nombres.
En migración anotaron mi nombre, los datos básicos, los anotaron en una libreta empastada, como esas de contabilidad
Gabriella Alvarado
El pasaje para abordar lo escribieron a mano. Allí señalaba la puerta 23. Personal de la aerolínea nos dijo que nos iluminarían con linternas hasta la puerta de embarque y así fue. Nos acomodamos en las sillas de espera. A esas alturas me dolía la espalda y los pies de tanto aguardar parada. Todo el aeropuerto internacional estaba a oscuras. Las únicas lámparas que tenían luz por la planta del aeropuerto eran las de la puerta 23. Una sola puerta iluminada. Las luces eran de los celulares, las del movimiento de la pista y las que nos permitían ver el rostro de los que abordaríamos por esa puerta 23.
No había ningún local abierto. Ningún servicio disponible. Un baño cercano fue dejado abierto, pero daba miedo moverse mucho. Es como que te dejen encerrado en un centro comercial a la hora de cierre. La situación era de incomodidad total. El calor agobiante. Era como si el destino quisiera que mi último recuerdo del país fuera esta falta de luz.
Yo la pasé mal, pero era yo sola y pues soy joven, pero quienes viajaron con niños y abuelitos, la pasaron peor. Era como estar castigado, bajo un bombillo, desesperado y sin opciones.
Pasaban las horas y los niveles de aguante fueron cediendo. Preguntábamos y lo que nos decían era que el vuelo iba a despegar, pero aún no. Luego nos dijeron que había un problema con la tripulación, que no querían salir del hotel donde estaban hospedados por miedo a la inseguridad y la falta de electricidad. Entonces, a las horas de revisión manual se le sumó esta contingencia. El país no quería soltarme, pero al final lo hizo. No quiero volver por Maiquetía mientras haya algún apagón”.
Gabriella Alvarado viajó desde Maiquetía a Madrid por la aerolínea Air Europa, el sábado 9 de marzo de 2019.
Chequeo a media luz… a Miami
“Frente a los mostradores de Láser, una voz femenina empezó a gritar: ¡Serrano!, ¡Serrano!, ¡Serrano!. Atendí lo más pronto que pude. Así, a gritos, llamaban a cada pasajero para ser chequeado en la lista escrita a mano, donde estaríamos anotados todos los viajeros del vuelo de ese día a Miami.
Y como algo cotidiano, no había luz. Era la segunda falla grande de electricidad en el país y el aeropuerto de Maiquetía era un verdadero caos. Lo de los gritos era lo de menos. No había personal suficiente para hacer el chequeo y uno o dos empleados eran subutilizados como lámparas auxiliares humanas. ¿Qué es eso? Bueno, dos personas, empleadas de la aerolínea, estaban con la linterna del celular iluminando al empleado que chequeaba la lista; hacía el pase de abordaje con su puño y letra, al tiempo que recibía el equipaje para que fuera revisado. El mismo caos era para el control del pasaporte, que se estaba haciendo manual, así como la revisión inicial de pasajeros y equipaje de mano. Así que se imaginarán las colas. Para muchos era el último suplicio antes de salir del infierno en que se ha convertido Venezuela.
Cuando despegué pensé que así será con Venezuela. Aunque no haya luz, seguro logramos sacar ese vuelo
María Carolina Serrano
Mientras nos chequeábamos a media luz, o con la luz del celular, las luces de emergencia parpadeaban. Hacían las veces que iban a permanecer prendidas y se iban. Según los empleados, es que la planta el aeropuerto se usa para zonas importantes de las operaciones aéreas, pero pareciera que hacer todo el chequeo no es importante.
Los pasajeros estábamos obstinados por la situación, pero hay que rescatar el profesionalismo y mística de muchos del personal del aeropuerto de Maiquetía y de la aerolínea. Casi sin electricidad, sin aire acondicionado, sin agua, procesando a mano y luego rogando que las autoridades dieran visto bueno, lograron sacar el vuelo.
Cuando despegué, pensé que así será con Venezuela. Aunque no haya luz, seguro logramos sacar ese vuelo”.
María Carolina Serrano viajó desde Maiquetía a Miami por la aerolínea Láser, el miércoles 27 de marzo de 2019.