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viernes, 29 marzo, 2024

Ni el agua ni la esperanza del cambio suben a los bloques de Caucagüita

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“Aquí se pasa trabajo. Hay mucho egoísmo, mucha miseria y abunda el chantaje para conseguir lo que más hace falta: el agua, la comida, el gas”. Esa es la descripción que los vecinos de esta comunidad del municipio Sucre hacen de su barriada, en la que buscan rescatar con trabajo y oficio la motivación de sus habitantes

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Como “un infierno”. Así es como los vecinos de los bloques de Caucagüita, en el municipio Sucre, definen la vida en este sector al que no sube ni siquiera el agua y del que sus habitantes tampoco bajan, pues pese al “mal vivir” y las ganas de cambio, la esperanza que se respira más abajo no los alcanza.

Están encerradas. Esas más de 30.000 personas que residen en la zona, según datos de las estadísticas de la Gobernación de Miranda de 2010, se ven obligadas a permanecer en su barrio en una especie de confinamiento obligado por la falta de transporte, que les impide movilizarse; la escasez de comida y gas, que les dificulta tener fuerzas para salir; y la ausencia de agua, que los obliga a estar todo el día en las callecitas del sector, esperando algún camión que pueda surtirlos.

Lo descolorido de los edificios y lo caliente del sol en este barrio de la zona alta de Sucre contrasta solo con la alegría y la estridencia de su gente, que se agrupa en cualquier sombra posible a contarse las penas, a hablar de lo que pasa en el país y a quejarse de ese abandono en el que viven.


Aquí estamos pasando lo que pasa todo el país. No es nada especial, así que mejor no decir nada y esperar a que traigan el agua y ya

Vecina de la zona

Henry Vivas es uno de esos vecinos. Recorre de memoria los 60 bloques y los siete barrios adyacentes que componen la parte alta de Caucagüita. Por eso no le da miedo despertarse a un cuarto para las cuatro de la madrugada y caminar al menos siete cuadras hasta llegar a la parada de los buses que lo sacan de su zona y lo llevan “a Caracas”.

“Aquí se pasa trabajo. Hay mucho egoísmo, mucha miseria y abunda el chantaje para conseguir lo que más hace falta: el agua, la comida, el gas”, cuenta Henry. Él tiene un comedor popular en su casa, y aunque hace comida para 60 niños, con regularidad terminan comiendo hasta 90 personas. “Aquí lo que hacemos es milagro para que todo el mundo coma, porque la pobreza es mucha y siempre amenaza”, dice Henry.

60 Bloques de abandono

Los Bloques Grandes, Los Sapitos, Los Guacamayos, La Embajada y Los A son los sectores en los que se ubican los 60 bloques de esta comunidad y que fueron terminados en el año 1979, durante el gobierno de Luis Herrera Campins, según recuerdan sus vecinos. Dicen que solían ser zonas impenetrables por la proliferación de bandas delictivas, pero ahora se puede caminar sin riesgo, pues “hasta los malandros se fueron. Aquí los que no se murieron, los agarraron las grandes ligas. Además, qué nos van a robar si aquí nadie tiene nada, ni efectivo”, tal como lo relata Isis Molina, vecina de los Bloques Grandes.

Al avanzar desde la redoma de Caucagüita hacia los bloques se comienzan a divisar colas de tobos azules, tanques plásticos y pimpinas. Más atrás, en alguna sombra cercana, se puede ver a los dueños a la espera de las cisternas que suben a la comunidad. Pero no siempre tienen suerte. Algunas veces el camión de la Alcaldía de Sucre tarda hasta tres semanas en subir, y en la zona hace tanto tiempo que no llega el agua que ni los vecinos recuerdan la última vez que vieron el líquido por sus tuberías.


Aquí se pasa trabajo y abunda el chantaje para conseguir lo que más hace falta: el agua, la comida, el gas

Henry Vivas, vecino

“Si yo tuviera a dónde irme lo haría. Esto es un infierno. Estamos abandonados y pasamos demasiado trabajo. Aquí el agua no viene nunca y nos toca hacer de todo para bajarla hasta los barrios”, es el relato que hace Gregorio Salgado mientras chupa la punta de una manguera para lograr que salga el agua desde el tanque, que acababa de llenar una cisterna, hasta lo más profundo de Ciudad Tablita, una barriada ubicada a unas 110 escaleras debajo de la calle principal de Caucagüita.

El mismo trabajo que pasan los que viven en Ciudad Tablita lo pasan en Vista Alegre, Vista El Ávila I y II, 28 de Junio, La Y y El Progreso, todos pequeños barrios de la zona alta de Caucagüita, donde se ven obligados a bajar centenares de escalones para llevar el agua hasta sus casas e incluso secuestrar cisternas para obligar a los camiones a surtirlos.

Pero algunos justifican la situación. “Aquí estamos pasando lo que pasa todo el país. No es nada especial. Siempre preguntan de un lado y del otro, y mientras discutimos de los dos lados, no llegan las soluciones; así que mejor no decir nada y esperar que traigan el agua y ya”, gritaba una señora, identificada con el oficialismo, mientras aguardaba a las doce del mediodía por la cisterna que les habían prometido a las siete de la mañana.

Tienen problemas con servicios públicos, como el agua o el transporte | Ronald Peña

Y aunque muchos intenten adaptarse a las circunstancias y calificarlas de “normales”, el señor José Quintero, que tiene 30 años viviendo en la zona, asegura que no siempre fue así. “Aquí había agua por tubería, no faltaba el gas y el transporte servía. Ahora hay un Transmiranda que sube cada tres horas, los carros no dan la cola, la gente no ayuda a otros. No hay ninguna bodega que fíe ni por humanidad y ni a los perritos les dan comida”, dice.


Hasta los malandros se fueron. Aquí los que no se murieron, los agarraron las grandes ligas. Además, qué nos van a robar si aquí nadie tiene nada

Isis Molina, vecina de los Bloques Grandes

El transporte es otro karma de la comunidad. La crisis nacional ha golpeado tanto esta zona que muchos de los vecinos se han visto obligados a dejar sus empleos o a buscar algunos que puedan hacer desde casa o pocos días a la semana, pues tienen que pagar hasta 2.000 bolívares diarios para “bajar a Caracas”, como suelen referirse a salir del barrio, por la lejanía de la zona respecto del centro de la capital.

Los niños que deben bajar a sus colegios son los que más sufren. En los Bloques de Caucagüita solo hay un liceo y dos instituciones de primaria, que son grandes pero que no abarcan la demanda institucional requerida. Por ello es común ver en las paradas a los niños y adolescentes esperando cola o subiendo a camionetas pick-up para poder ir a sus escuelas o volver a sus casas.

“Aquí pasamos las de Caín. Cuando tenemos el gas, no tenemos las caraotas, y cuando hay caraotas se nos va el gas o no hay agua para montarlas”, es la frase con la que Ana María García, vecina del bloque 3, define el caos de este barrio.

Henry, que es líder comunitario del sector, de esos a los que todo el mundo le pide ayudas o consejos, cree que “en la comunidad no hay esperanza de cambio”, pero admite que en una zona casi completamente oficialista, ahora reina la crítica. “La gente se da cuenta de que las cosas no están bien, pero tampoco hace nada para cambiarlas”, piensa.

Sin embargo, no todos son iguales. Él, junto a Esmit Aguillón, otra dirigente vecinal, se pasan el día entero viendo formas de agrandar el comedor para que más niños puedan alimentarse o de encontrar ayudas para los más necesitados. Además, intentan promover que en el barrio “se acabe con la vagancia” mediante proyectos en alianza con quienes estén listos para ayudar.

En el barrio trabajan en un taller de usos múltiples que funcionará en los espacios de la iglesia de la comunidad y que servirá para enseñar oficios a niños, jóvenes y adultos. Allí, los líderes de los Bloques de Caucagüita esperan reavivar esa esperanza perdida entre tantas carencias.

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