En su esfuerzo por conseguir una mejor condición de vida, el venezolano Juan Pablo Ortiz, de 31 años, estuvo secuestrado durante 21 días por, presuntamente, integrantes del Cartel del Golfo en Reynosa, en el norte de México, durante su camino a Estados Unidos. Para ser liberado, los captores exigieron un rescate de 1.000 dólares, que sus familiares en Venezuela tuvieron que conseguir con ayuda de amigos
El 9 de septiembre de 2023 es un día que nunca olvidará Juan Pablo Ortiz*, un joven venezolano que desde hace siete años vivía en Perú, país a donde partió tras abandonar sus estudios de Comunicación Social en Venezuela. Hace un año, este migrante no sabía si sobreviviría a lo que ha sido la peor experiencia de su vida: un secuestro en Reynosa, México, durante su ruta hacia Estados Unidos. Todavía lo sueña, aunque despierta tranquilo porque sabe que lo peor ya pasó.
La larga travesía que durante un mes llevó a este joven de 31 años a viajar en autobús desde Lima, Perú, atravesar la peligrosa selva del Darién y continuar por Centroamérica, ya casi llegaba a su final. Solo un tramo lo separaba de la frontera con Estados Unidos. En su afán por llegar a su destino y en vista de no conseguir pasaje para viajar directo, tomó desde Monterrey un autobús hasta Reynosa, estado de Tamaulipas, donde debía comprar un nuevo pasaje para la ciudad fronteriza de Matamoros, a unos 90 kilómetros de este punto. Pero en este nuevo autobús todo el plan cambió.
“Apenas llegué a Reynosa había un autobús saliendo para Matamoros y ahí me fui. Pero sin que el autobús saliera del terminal se montaron unos tipos y empezaron a decir que nos bajáramos porque teníamos que pagar para estar en Reynosa. Pregunté por mi maleta y dijeron que la iban a traer, pero nos desaparecieron”, relató a El Pitazo.
Sin que el autobús saliera del terminal se montaron unos tipos y empezaron a decir que nos bajáramos
Juan Pablo Ortiz*
En ese momento comenzaron los 21 días de terror que pasó este venezolano secuestrado, presuntamente, por integrantes del Cartel del Golfo, como parte de un esquema en el que cientos de migrantes de distintas nacionalidades son encerrados en espacios muy pequeños y obligados a conseguir un rescate para ser liberados.
Juan Pablo estaba consciente de los peligros a los que se enfrentaba al transitar el norte de México porque ya había sido advertido por algunas personas cercanas a su entorno; sin embargo, decidió avanzar por esa ruta debido a que una conocida suya había pasado días antes por ahí sin problemas. “Yo hice la misma ruta, pero a mí no me funcionó”..
“No lo vean como un secuestro”
Cuando los secuestradores se subieron a ese autobús en Reynosa, dijeron que los pasajeros debían pagarles por estar ahí y sacar unos documentos para poder circular por la ciudad e irse. “Yo pensé mal, pero quería darles un voto de confianza para no creer que estaba secuestrado. Luego me di cuenta de que sí y dije ‘voy a morir aquí”.
Del autobús en el que viajaban bajaron a todos los pasajeros y los trasladaron a la parte trasera de una casa abandonada. Allí les quitaron sus pertenencias. Después los subieron a un autobús en el que un hombre con arma larga les dio vueltas por la ciudad para que no reconocieran el lugar.
Secuestros a la orden del día
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Cuatro venezolanos oriundos del estado Táchira fueron liberados el pasado 7 de septiembre tras ser secuestrados durante 8 días en Matamoros, ciudad fronteriza con Estados Unidos. Los captores pidieron a sus familiares la suma de 12.000 dólares.
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En julio de 2024 el Consulado General de Estados Unidos en Matamoros, estado de Tamaulipas, emitió una alerta a sus ciudadanos por los secuestros organizados en autobuses de la empresa Omnibus, en la ciudad de Reynosa, de pasajeros estadounidenses para luego pedir rescates de miles de dólares.
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El pasado 3 de enero la Guardia Nacional y las Fuerzas Armadas de México rescataron a 31 migrantes que permanecían secuestrados en el estado de Tamaulipas desde el 30 de diciembre de 2023, la mayoría venezolanos.
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El Darién sigue siendo una ruta muy transitada por los venezolanos. 3 de cada 5 migrantes que cruzaron esta selva entre junio y julio de este 2024 son de Venezuela (61 %), reveló el Monitoreo de movimientos mixtos, provincia de Darién, frontera entre Panamá y Colombia, realizado por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
“No lo vean como un secuestro, sino que están retenidos”, decían en reiteradas ocasiones los captores.
Juan Pablo viajaba con una amiga, quien estuvo con él hasta que fueron trasladados a una casa en la que los revisaron exhaustivamente uno a uno, incluso para verificar que no escondieran dinero en el recto. “Me metieron a un baño, me quitaron toda la ropa, me dijeron: ‘Si yo te encuentro algo de plata —que ya me la habían quitado previamente en el autobús— vas a tener problemas, te vamos a dar la coñiza de tu vida’. Me desnudaron y me hicieron que me agachara y así fueron haciendo con todos. A las mujeres hasta les revisaban el cabello para ver si tenían plata ahí”.
Luego de esa requisa lo separan de su amiga. La policía de la ciudad hacía muy poco, según relata el venezolano. Comentó que en algunos operativos los secuestradores huían y dejaban a los migrantes en las casas, y si los funcionarios los encontraban, eran liberados. Pero nadie tenía la voluntad de salir del lugar.
“Un día de tantos, desde que me desperté hasta que apagaron las luces en la noche, yo estuve llorando. Después toqué fondo y dije que si iba a morir ahí me iba a entretener hablando. Y así fue más llevadera la situación, porque incluso en medio de esas penurias y golpes, la actitud del venezolano es alegre”.
Nos tenían en un cuarto donde ni siquiera podíamos estirar las piernas para dormir
Juan Pablo Ortiz*
Más de 60 personas en una habitación
Para Juan Pablo, esos días transcurrieron en un mismo cuarto, con 60 o 70 personas más, donde siempre estaba sentado o parado, sin poder dormir, con una sola comida al día y mucho miedo. “El sitio era superfeo. Había venezolanos, hondureños, colombianos, ecuatorianos…; a los guatemaltecos los tenían aparte. Era una casa pequeña. A las mujeres y niños los tenían afuera (en la sala), un poquito más cómodos, y a los hombres nos tenían en un cuarto donde ni siquiera podíamos estirar las piernas para dormir”, relató.
En las noches intentaban buscar opciones para dormir, aunque fuera un poco. “Nos sentábamos con las piernas abiertas, otro se metía lo más cerca de mi pierna, y así, por filas. Era horrible”. Una vez intentaron hacer turnos para dormir “más cómodos”, y cada hora un grupo de unos 30 hombres se quedaba de pie esperando a que el otro grupo durmiera.
“Cuando traían gente nueva, incluso metían a las mujeres en ese cuarto y teníamos que estar dos o tres horas parados. Una vez le pagaron el rescate a bastantes y estuvimos más cómodos un ratico, pero volvieron a traer a más gente, y otra vez lo mismo”.
Quiero que el tiempo pase y se me olvide, aunque sé que no se me va a olvidar
Juan Pablo Ortiz*
El baño era prioritario para las mujeres. Lo cuidaban unos venezolanos a quienes no les pagaron el rescate, y tras múltiples golpizas les asignaron la tarea de ayudar a los secuestradores. “Uno de ellos nos paraba como a las 4:00 o 5:00 a.m. para que hiciéramos la cola para bañarnos con pura agua. Él después consiguió un desodorante y nos dio. Rara vez había jabón”.
Luego de varios días, a la amiga de Juan Pablo la llevaron a la casa donde él permanecía. Fue entonces cuando ella pudo conseguirle un cepillo de dientes, pasta dental y guardarle en algunas ocasiones un pedazo de pan de su comida. “Fue difícil. Yo salí de ahí muy flaco”.
Un rescate de 1.000 dólares
Durante 21 días su estadía en ese lugar fue de incertidumbre, desesperación, miedo y angustia. Todos los días era testigo de las golpizas que recibían otros migrantes, y un día antes de salir fue su turno. “Ese día me dieron palazos con un remo y cachetadas, porque ya mi hermano les había dicho que tenía la plata y ellos la querían en ese momento. Pensé que me iban a matar”.
“Se paran todos y se pegan contra la pared”, decían los captores mexicanos cuando iban a golpear a alguien, y a la víctima de turno la paraban al frente. “A muchos les daban con bates; a mí, con un remo porque era lo que tenían en ese momento. Otros recibían cachetadas y puños. Golpeaban con lo que encontraran”.
Ahora valoro mucho más el tiempo en el que converso con mis familiares
Juan Pablo Ortiz*
Uno de sus miedos era que en medio de los golpes le fracturaran algún hueso y se tuviera que quedar más tiempo ahí. Entre sus preocupaciones también estaba que pasaran los días y sus familiares no pagaran su rescate, pues con cada jornada aumentaba el riesgo de ser golpeado, incluso de morir. Los juegos con violencia también eran cotidianos, y todos los migrantes eran obligados a participar golpeando a sus compañeros o recibiendo también una golpiza.
“Yo vi cómo le pegaron a bastante gente. Les daban hasta en la madre, incluso a los mismos mexicanos que no eran de ese estado, pero que los agarraban viajando para Estados Unidos o cuando eran deportados y los soltaban en Reynosa. Les daban una paliza y les cobraban más plata. Había gente a la que golpeaban todos los días”.
―¿Y también abusaban de las mujeres?
―Hasta donde sé, sí abusaban. No tengo detalles de este hecho, pero sí lo hacían.
Juan Pablo piensa que no fue golpeado desde su llegada porque nunca se negó a pagar el rescate. “Yo dije que si me dejaban llamar, resolvía. Mi amiga y yo dijimos que éramos primos. Ella llamó y una tía dijo que iba a pagar, pero eso quedó ahí y no nos dijeron más nada. Los que decían que no tenían dinero o a nadie a quien llamar les daban una golpiza horrible”.
Para conseguir la suma que le pidieron se comunicó con sus familiares, y ellos a su vez con algunos de sus amigos. “Entre todos hicieron una vaca (colecta) para reunir los 1.000 dólares que estaban pidiendo por mí. Cuando los pagan te dejan ir”.
Yo sé que el clima no tiene nada que ver, pero Reynosa siempre era gris. Tenía un aura como negativa
Juan Pablo Ortiz*
Al día siguiente de ser golpeado, recibió un llamado de sus secuestradores, quienes le informaron que su hermano había pagado el rescate y, por ende, se podía ir. Ellos mismos se encargaron de dejarlo en un refugio de migrantes en Reynosa a la mañana siguiente. Su nombre queda en una especie de base de datos que manejan las bandas delictivas de esta zona. Por ello, según le prometieron, si lo volvían a agarrar en la calle solo debía dar sus datos y ellos sabrían que ya había estado secuestrado.
En su casa, en Caracas, la desesperación fue constante durante el tiempo en que Juan Pablo Ortiz estuvo secuestrado. “Mi mamá no comía. Mi papá, que es de carácter fuerte, se había desvanecido. ¿Cómo puede dormir una persona al enterarse de que su hijo está secuestrado?”.
Enviar el dinero tampoco era garantía de que sería liberado. “Ellos lo mandaron y más nunca les contestaron. Y a mí me soltaron al día siguiente, pero en la tarde. Ellos no sabían nada hasta que pude comunicarme.
La travesía continuó
Tras su secuestro, Juan Pablo estuvo poco más de un mes en el refugio en el que lo dejaron sus captores. Durante ese tiempo, esperó su cita para entrar a Estados Unidos, pero en vista de que no salió, tomó la decisión de irse a Matamoros. “En ese momento, salí con una señora de México que me ayudó con la plata. Ella quería entregarse en la frontera para no pasar diciembre ahí. Cuando salimos estaban los secuestradores”.
De acuerdo con su relato, los captores sabían que en el refugio permanecían personas que no habían sido secuestradas, pero había una especie de “tratado de paz” que les impedía acercarse. Sin embargo, al salir de este lugar se mantenía el peligro.
¿Cómo puede dormir una persona al enterarse de que su hijo está secuestrado?
Juan Pablo Ortiz*
“A ella no la habían secuestrado, y cuando vimos a uno de los secuestradores, ella me dijo que si nos intentaban agarrar corriera con su hijo, pero yo me negué. Caminamos rápido y con miedo. Vimos un carro sin placa cerca de nosotros, pero el vehículo se alejó. Aprovechamos para montarnos en un taxi que nos estaba esperando. Yo estaba asustadísimo”.
Para salir de la ciudad le pidieron al taxista que diera vueltas para perder al carro que, según creían, los perseguía. Así fue como logró salir de Reynosa, una ciudad que describe como gris, con un aura negativa. “Yo sé que el clima no tiene nada que ver, pero Reynosa siempre era gris. Cuando llegué a Matamoros era diferente, a pesar de que ahí también hay carteles”.
La detención en Estados Unidos
Cruzar la frontera con Estados Unidos le pareció sencillo. Lo hizo durante la misma noche en la que llegó a Matamoros. Lo hizo un coyote venezolano que trabajaba para mexicanos, pero que esperaba su cita con migración estadounidense. “Era extraño, pero no quise preguntar por qué hacían eso. Solo hablé lo esencial. Sin embargo, saber que es un venezolano con el que estás hablando, así sea un coyote, te da un alivio”.
En la frontera la separaron de la amiga mexicana que hizo en el refugio. Con el tiempo, Juan Pablo se enteró de que la deportaron y enviaron a Reynosa, donde también fue secuestrada junto a su hijo. Mientras tanto, el joven venezolano fue enviado al Centro de Procesamiento Fronterizo, conocido como “la hielera”.
Luego fue trasladado a un centro de detención en Luisiana y posteriormente a otro en New Jersey, donde permaneció hasta finales de enero. Para Juan Pablo, los meses que estuvo detenido no se comparan, ni de cerca, con los 21 días que vivió secuestrado en México.
“La hielera sí es fea, porque te toca dormir en el piso arropado con una cobija térmica. Si pasas mucho tiempo ahí, sí es feo, porque además la comida es mala”.
De Luisiana, donde estuvo aproximadamente dos semanas, recuerda que dormía en una especie de camilla con una colchoneta, pero reconoce que podía bañarse las veces que quería, salir al patio durante ciertos momentos del día y comer en un comedor.
El centro de detención de New Jersey considera que fue mucho mejor, porque era más limpio y organizado. “Ellos buscan la manera de que el tiempo que pases ahí no sea tan malo”. De ambos sitios, destaca que no había golpes ni maltratos.
Valorar a la familia
Actualmente, Juan Pablo Ortiz espera por una cita en una Corte de Estados Unidos para plantear su caso de asilo. Después de un año de su secuestro, este joven considera que esa experiencia lo hizo madurar en muchos aspectos y recordar la importancia de hablar siempre con sus familiares y expresarles lo mucho que los quiere.
“Dicen que no hay que perder las esperanzas, pero no es fácil no perderlas en una situación en la que no sabes si saldrás vivo. Ahora valoro mucho más el tiempo en el que converso con mis familiares y personas de mi entorno, porque es bastante difícil pensar que vamos a estar, y de repente, ya no, sin poder decirles lo mucho que los quieres. En mi caso, como en el de muchos, lo logramos y estamos contando la historia, pero hay gente que no lo logró. Hay bandas en otros estados que son peores”.
La experiencia de Reynosa lo dejó marcado para toda su vida, pero no se arrepiente de haber tomado la decisión de viajar por esa ruta a Estados Unidos, pues ahora se siente seguro, a pesar de que su estatus migratorio no está resuelto, y puede ayudar mucho más a su familia en Venezuela.
Pasar la selva no fue fácil, aunque reconoce que hay personas con historias realmente trágicas. “En mi caso fue solo cansancio físico”. No es una ruta que repetiría, tampoco la recomienda, pero está consciente de que las personas, al igual que él, lo hacen buscando una mejor calidad de vida.
Ahora solo quiere aprender inglés para mejorar su situación laboral y colaborar económicamente con sus padres en todo lo que pueda. Incluso quiere comprarles, en un futuro, una vivienda fuera del barrio en el que creció. “Quiero que el tiempo pase y se me olvide, aunque sé que no se me va a olvidar”, dice Ortiz sobre esta experiencia que se repite con cientos de migrantes venezolanos que toman las rutas irregulares en su búsqueda de una vida mejor en Estados Unidos.
*El nombre fue cambiado a petición del entrevistado.