Geraldine Labrador, madre de Robert Redondo, el segundo de los cuatro pacientes del hospital J. M. de los Ríos que fallecieron el pasado mes de mayo en la espera de un trasplante de médula, recuerda las preguntas que le hacía su hijo y que la impulsaron en su lucha

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Robert Redondo es un nombre difícil de olvidar. Fue uno de los 30 niños del servicio de Hematología del hospital JM de los Ríos que esperaba recibir un trasplante de médula ósea con urgencia, y que no recibió, a pesar de la lucha de su familia.

Apenas alcanzó los 7 años de edad. Pasó más de tres años sometido a las dificultades que conlleva la leucemia linfoblástica aguda (cáncer en la sangre) y aunque el diagnóstico de la enfermedad fue en etapa temprana, las fallas en la dotación de insumos, y la suspensión a finales de 2018 del programa nacional de trasplantes, impidieron que Robert se salvara.

“Robert no murió por el cáncer, murió por la indolencia del gobierno”, sentencia tajante su madre, Geraldine Labrador. Él fue el segundo de los cuatro pacientes pediátricos que fallecieron el pasado mes de mayo en la espera de una intervención que mejorara sus condiciones de vida.

Su afirmación, alejada de la angustia y el dolor que marcaron los días previos al fallecimiento de su hijo, es inobjetable. El niño murió de un paro respiratorio, precedido de graves infecciones que no fueron atendidas adecuadamente por la falta de medicamentos en el hospital y por la escasez generalizada de fármacos.


Robert no murió por el cáncer, murió por la indolencia del gobierno

Geraldine Labrador, madre de Robert Redondo

En abril, le indicaron Vancomicina y Meropenem, dos antibióticos que Labrador no pudo encontrar en las farmacias y que desde hace dos años no llegaban al centro de salud en el que su hijo pasó la mitad de su vida. Esto es «negligencia pura del Estado», afirma Geraldine haciendo una pausa en el relato de su historia.

La joven madre recuerda, con el rigor de los detalles, cada etapa del deterioro de la salud de su hijo que se agravó, de acuerdo a su experiencia, por las irregularidades en la dotación de suministros.

Al igual que todas las madres de pacientes crónicos en el J.M. de los Ríos, Geraldine agradece el esfuerzo que cada día hacen los médicos en el hospital.

Geraldine es insistente al recalcar su deseo de que la muerte de su hijo no haya sido en vano. Tampoco permite que se hable de él en pasado. “Mi Robert es unas ganas de salir adelante, de que esto no le pase a ninguna otra madre. Su historia debe servir para que esto no se repita”, señala al contener unas lágrimas que buscaron –en varias ocasiones– interrumpir la conversación.

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Su inspiración no empezó con la muerte de su hijo. En la larga batalla, como la define incesantemente, librada desde que conoció el diagnostico de Robert a mediados de 2016, su vida cambió. “Me tuve que aprender de memoria todo lo de su enfermedad, los nombres de los medicamentos, las reacciones, los ciclos, todo. Quería siempre tener una respuesta cada vez que mi hijo me la pedía”, expresa, aunque reconoce que esto no siempre fue posible.

“No tenía cara para decirle cuando no encontraba un medicamento; no sabía cómo explicarle que esto no era culpa de nadie, que no era un castigo, a pesar de que sabía que su sufrimiento podía ser menor si al menos tuviera las medicinas que el gobierno dejó de traer, o que repartía a cuenta gotas”, confiesa.


Él me decía que no se quería morir, que él quería crecer, que él quería ser un bombero, que no quería pasar por lo mismo

Geraldine Labrador, madre de Robert Redondo

La progresiva suspensión de importación de medicinas de alto costo fue denunciada desde el año 2014 por Prepara Familia, ONG de ayuda a las madres, representantes y pacientes del pediátrico, es decir, un año y medio antes de que Robert fuera hospitalizado por primera vez.

En los últimos días como paciente interno del J. M. de los Ríos, Robert padeció el dolor, que solo manifestaba a través de preguntas. “Mi hijo era muy despierto, muy inteligente. Estaba muy avanzado en sus clases”, revela. El niño tuvo que abandonar la escuela casi desde el principio de la enfermedad, pero gracias al esfuerzo de su madre se mantenía al día con los contenidos educativos propios de su edad.

“Yo misma le enseñé a leer, a sumar, a restar. Le gustaba aprender. Me decía que se quería curar para poder seguir aprendiendo”, añade.

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Sin embargo, en los últimos días la añoranza de abandonar el hospital se fue desvaneciendo. Las infecciones avanzaban y debilitaban a Robert.
Días antes de la muerte del pequeño, Geraldine, junto a otras madres, muchas de las cuales aún esperan por trasplante de médula para sus hijos, denunciaron la falta de respuesta sobre nuevas intervenciones, interrumpidas hace casi dos años.

“Él me decía que no se quería morir, que él quería crecer, que él quería ser un bombero, que no quería pasar por lo mismo, que no quería que se le cayera otra vez su cabello”, cuenta Geraldine, con la mirada algo distraída. Suspira hondo, recupera el ánimo y recuerda una de las preguntas que le hacía Robert y que la inspiran a seguir adelante: “¿Mami, hasta cuándo seguirá pasando esto?”.

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