El líder vecinal y exconcejal del municipio Sucre permaneció detenido 50 días en la sede del Cicpc tras ser acusado sin base de armar a los grupos delictivos liderados por Wilexis y “el Gusano”, que se disputaban el poder en Petare. Durante el encierro, se deterioró la salud del “Mocho” Pantoja, como es conocido entre sus vecinos, y se ganó el respeto de funcionarios
Cuando un contingente de más 60 funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) tocó a su puerta, Junior Pantoja ya tenía doblada sobre una silla la ropa que usaría para ser detenido, la cual había elegido cuidadosamente el día anterior.
Una camisa deportiva, zapatos sin trenzas y un pantalón en cuyo bolsillo sólo guardó la cédula de identidad y la insulina necesaria para las dos aplicaciones que restaban en el día fue lo único que el líder comunitario opositor del barrio José Félix Ribas, en Caracas, se llevó ese 8 de mayo cuando fue acusado sin fundamento de contribuir en el financiamiento de grupos delincuenciales en el barrio.
Petare tenía seis días bajo el fuego armado de dos bandas que se disputaban el poder cuando Nicolás Maduro, en rueda de prensa, presentó un video asociando al líder de la banda delictiva de José Félix Ribas y uno de los responsables del fuego cruzado, Wilexis, de tener relación con la DEA y con la ejecución del “Plan Gedeón”, nombre con el que denominaron un presunto golpe de Estado frustrado.
Ese día Pantoja veía la cadena en TV nacional y le dijo a su esposa: “me van a llevar preso”, y se dispuso a arreglar el atuendo que usaría para salir de su casa detenido. Ese día también cesaron los tiros en José Félix Ribas. La acusación calló las balas e inició la cacería.
Esa misma tarde los drones recorrían las platabandas de las casas de todo el barrio y se detenían con especial énfasis en la de Pantoja. Esa fue la antesala para lo que venía: 50 días encerrado dentro en un cubículo de dos por un metro de área, en la sede del Cicpc de El Llanito en el que solo había un escritorio y una silla de plástico amortiguada con un cojín, enfermo y sin oportunidad de hacer eso que tanto lo llena, servir a los niños del barrio.
Un luchador social
Pantoja tiene tanto tiempo en la política que ha pasado por Acción Democrática, coqueteó con partidos incipientes, se pasó a filas izquierdistas al ser parte del Movimiento al Socialismo (MAS) y volvió a la oposición con Primero Justicia, donde encontró en la labor social un nicho donde quedarse.
La platabanda de su casa se convirtió hace casi tres años en un comedor del programa Alimenta la Solidaridad donde hoy cerca de 150 niños y mujeres embarazadas o lactantes tienen un almuerzo seguro. Con lágrimas describe este programa como “un milagro para los pobres” y “una salvación” para él. Preso, Pantoja pasaba los días pensando en su comedor, con la idea firme de que al salir ayudaría a esos mismos que lo habían acusado de ser un delincuente.
Junto con las balas, por José Félix Ribas comenzó a circular una cadena de WhatsApp en la que aseguraban que Junior “el Mocho” Pantoja era el enlace de líderes opositores pagados por el presidente interino Juan Guaidó para armar a las bandas de antisiociales que se disputaban el poder en Petare.
Mis armas son la olla, la bombona y la cuchara y mi ejército son 600 niños con hambre
Junior Pantoja, líder comunal
Esa fue solo otra razón por la que cuando los funcionarios policiales llegaron a su casa, Pantoja estaba listo y esperándolos en la platabanda hasta que uno de ellos lo vio.
—¿Usted es Junior Pantoja? —preguntó el policía.
—Sí, yo soy —se limitó a responder él.
—¿Nos puede abrir la puerta?
—¡Cómo no! —dijo antes de bajar las escaleras.
Los policías subieron y peinaron uno a uno los tres pisos que componen el hogar del dirigente bajo la mirada de sus hijas, que temían que sembraran algo ilegal en la casa para inculpar a su padre. Pantoja volvió a la platabanda y a la pregunta de que si tenía armas en la casa respondió: “Mis armas son la olla, la bombona y la cuchara y mi ejército son 600 niños con hambre”.
Luego de vestirse, los funcionarios se lo llevaron directo a la delegación del Cicpc en El Llanito donde lo encerraron en el salón que fue su casa durante 49 días y medio. Pantoja se convirtió en uno de los 424 presos políticos de Venezuela, según las cifras de la ONG Foro Penal.
La incertidumbre lo acompañó hasta el siguiente día, cuando fue presentado en tribunales y se le dictó privativa de libertad bajo el delito de tráfico ilícito de armas y municiones, contenido en el artículo 124 de la Ley de Desarme. En el acta judicial, se dijo que al exconcejal le habían encontrado cinco balas en uno de los bolsillos de su pantalón.
Pantoja recuerda la orden para ser trasladado de inmediato a Tocorón III y la certeza de que entrar a un calabozo iba a matarlo. Pero la pandemia que atraviesa Venezuela por el nuevo coronavirus lo ayudó a evitar ese traslado, y a que la detención se mantuviera en ese cuarto del comando del Cicpc de El Llanito, donde su salud comenzó a deteriorarse lentamente.
PANTOJA HACE LABOR SOCIAL EN JOSÉ FÉLIX RIBAS Y DIRIGE VARIOS COMEDORES EN LA ZONA EN LOS QUE SE OFRECE ALMUERZO A UNOS 600 NIÑOS
De nuevo en casa
Pantoja tiene 58 años, es diabético, le falta un brazo y se inyectaba insulina tres veces al día, dosis que se elevó a cuatro durante la detención. Los primeros cinco días no pudo dormir: el miedo a que lo drogaran para obligarlo a confesar algo que no hizo, la incomodidad y el encierro hicieron mella en él.
Sus hijas y su esposa le llevaron una silla plástica y un cojín de cuero que le sirvió de espacio de descanso. Una funcionaria que se compadeció de su estado pidió que llevaran otra silla para poder levantar sus pies y mitigar un poco la hinchazón.
En esos días solo el sonido que emitía un teléfono analógico sin línea, pero con posibilidad de conectar la radio fue su compañía. Desde allí se conectaba con el mundo exterior e intentaba mantener la cordura que le restaban los interrogatorios ocasionales donde le preguntaban si conocía a personas como Donald Trump o a Wilexis.
Aunque tenía el respeto de algunos de los funcionarios, otros eran más hostiles y la decisión de uno de ellos de esposarlo a una mesa cerca del día 15 de su detención originó una descompensación en su organismo y lo mandó al hospital.
PANTOJA RECUERDA LA ORDEN PARA SER TRASLADADO DE INMEDIATO A TOCORÓN III Y LA CERTEZA DE QUE ENTRAR A UN CALABOZO IBA A MATARLO
La detención se convirtió en idas y venidas del hospital con la presión y el azúcar altas. Sus tres hijas, sus yernos y su esposa se turnaban las visitas al Cicpc para llevarle las tres comidas, las medicinas y acompañarlo al hospital cuando hacía falta.
Sus abogados solicitaron una medida humanitaria por su estado de salud avalado con un informe forense, pero no se aprobó. Los propios funcionarios ayudaban a la familia de Pantoja a conseguir la insulina, que no tenían como costear, y trataban de aligerar la prisión con algunos beneficios ocasionales y el buen trato y la cordialidad de muchos de sus carceleros.
A los 49 días exactos de su privativa de libertad, Pantoja recibió una visita en la que le informaron que sería liberado y le pidieron disculpas. En horas de la mañana del 24 de junio, con dolores de cintura y molestia en los riñones, Pantoja salió de la sede del Cicpc en El Llanito. Lo esperaban en la entrada líderes de Primero Justicia en Sucre, sus compañeros de lucha social en Petare y su familia.
Recuerda que al llegar a José Félix Ribas muchos aplaudieron y le gritaron “Fuerza, Mocho” y que en el callejón El Sabor, donde vive, los niños lo esperaban entre lágrimas. Pero lo que más recuerda de ese día que volvió a las calles es que el barrio se llenó de patrullas, de los amigos que hizo en el Cicpc y que celebraron su liberación y hasta le ofrecieron cerveza para brindar por el fin de una detención que Pantoja siempre tildará de injusta.