Esta es tal vez la historia de muchas de las niñas que pasan sus días en las calles de Caracas esperando que alguien les ofrezca algo de comer o una limosna y soñando con poder protegerse y proteger a los suyos. Pero es también la historia de cómo enfrenté mis creencias, prejuicios y miedos para poder entender una realidad que había ignorado toda mi vida

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Siempre ignoré las caras de las niñas de la calle; tanto que llegué a pensar que no tenían rostros. Pero me tocó verlas a los ojos. Mientras escribo esto, Camila y Mónica van de un supermercado a otro con la esperanza de que algún comprador les regale algo para llevar a casa. Juliana y Valeria siguen haciendo malabares en un semáforo en el este de Caracas para poder comer. Andrea busca en diferentes retenes y casas hogares de la ciudad a su hijo que se escapó para pedir comida en la calle y desapareció.

Esta quizás sea más mi historia que la de ellas, pero no podría contarla si no las hubiese conocido, si no me hubiese sentado en una acera a conversar, si no hubiese corrido para alcanzarlas, si no hubiese enfrentado el miedo. No podría escribir esto si no hubiese mirado sus caras.

Conoce la historia de todas esas niñas con las que podría toparse en una bomba de gasolina, o mientras compras pan. Esas mismas a las que casi nunca vemos a  los ojos

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