Desde que se decretó la cuarentena y la escasez de gasolina comenzó a afectar a la Gran Caracas, la estación de servicio que está ubicada cerca de la torre de control del principal terminal aéreo del país es una de las pocas que surten a los vehículos en el estado Vargas. Cientos de automóviles y motocicletas hacen fila durante horas y días enteros para llenar sus tanques con 20 litros del carburante, en el mejor de los casos

Los carros y las motos comienzan a tomar la avenida La Armada y las vías internas del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar de Maiquetía desde las dos de la tarde. Llega, al menos 15 horas antes de que la estación de servicio, ubicada al lado de la torre de control del principal aeropuerto de Venezuela, inicie sus operaciones de venta de gasolina. Ahora quienes acuden a las inmediaciones del terminal aéreo con antelación no lo hacen solamente para tomar algún vuelo nacional o internacional, sino para servir los tanques de sus vehículos con 20 litros de gasolina en una jornada épica que puede extenderse entre 18 y 72 horas. 

La rutina se repite desde el pasado 27 de marzo, cuando las autoridades del estado Vargas acordaron segmentar la atención en las gasolineras y de las 17 estaciones que funcionan en la entidad costera, solo 5 reciben combustible. La que está ubicada en las adyacencias del Aeropuerto de Maiquetía fue seleccionada para vender la gasolina a “los civiles sin salvoconducto”. Ir a la base aérea es entonces obligatorio.

Así, al caer la tarde, los automóviles se van estacionando. Las motos se organizan en un parqueadero, aledaño al que usan las líneas de transporte y taxis que tienen permiso del Instituto Autónomo Aeropuerto de Maiquetía para operar en el área. Se colocan en lugares estratégicos para estar entre los 400 vehículos afortunados que cargarán gasolina en esa jornada. 


SE COLOCAN EN LUGARES ESTRATÉGICOS PARA ESTAR ENTRE LOS 400 VEHÍCULOS AFORTUNADOS QUE CARGARÁN GASOLINA EN ESTA JORNADA


Ningún conductor o acompañante lleva equipaje más allá de los guantes y el tapabocas, así como lo que van a consumir mientras dure la espera. Algunos van preparados con sillas de extensión y almohadas. Otros llevan estampitas para rezar y pedir para que la poca gasolina que tienen les permita rodar hasta la estación de servicio, mientras dan vueltas dentro del mismo perímetro, huyendo de los altavoces de la Guardia Nacional, que indican que la cola debe ser hecha desde la madrugada.

Toda la jornada tiene un toque surrealista. La escasez de gasolina ha convertido las inmediaciones del aeropuerto en un gran estacionamiento. En una suerte de circuito de carreras, cuyos fiscales son los funcionarios de la Guardia Nacional, sin reglas claras, que dependen de la discrecionalidad del oficial al mando de la estación de servicio durante esa jornada. 

El Club de los 600

De acuerdo con los antiguos encargados de la estación de servicio Aeropuerto, la misma tiene la capacidad para dispensar 30 mil litros de gasolina por día. Eso era lo que distribuía, aproximadamente, antes de iniciarse la cuarentena, cuando recibía el combustible distribuido por Petróleos de Venezuela de manera recurrente.  

Ahora lo máximo que se dispensa es un promedio de 11 mil litros por día. O por lo menos, esa es la cifra que se calcula por la cantidad de vehículos atendidos. La Guardia Nacional distribuye para esta estación un total de 600 números: 400 para automóviles y 200 para motos. A los carros se les vende 20 litros de gasolina, lo que sería un total de 8.000 litros diarios, mientras que a las motos se les surte un promedio de 15 litros, lo que equivale a 3.000 litros de gasolina para los motorizados. 

“Simplemente las gandolas con gasolina no están viniendo con la regularidad que se debe. Uno habla con los bomberos y con los propios guardias que están cuidando la cola y ellos te dicen que no hay gasolina para tanta gente”, cuenta el taxista Martín Rodríguez, quien a diario se llega a Maiquetía en busca de gasolina.

Dentro de los que esperan para echar gasolina, una etiqueta empieza a sonar: el club de los 600.

“Así nos llaman a los sortarios que podemos echar gasolina, pues mucha gente queda por fuera”, agrega el trabajador del volante.

Cada entrega es coordinada por un equipo de guardias nacionales. Con ellos no hay medias tintas. O se les odia o se les quiere.

“No todos los guardias son mala gente, no todos vienen con las mismas agallas abiertas. Algunos quieren ayudarte y hasta te dicen las horas en las que es más fácil entrar dentro de los beneficiados. Yo la verdad no les he pagado dólares, pero les traigo un refresco o una comida. Uno se gana la buena voluntad de algunos para garantizarse la gasolina. Yo sin gasolina no soy nada, no trabajo. Así que tengo que ingeniármelas para hacerme de gasolina. Me pongo a dar vueltas en el aeropuerto cuando les da a los guardias por corrernos. Espero afuera. Pero vuelvo. Yo no me puedo ir a casa sin gasolina”, dice Rodríguez. 

Mientras Rodríguez hace la cola por la gasolina por razón laboral, otros lo hacen para hacer más fácil la cuarentena. 

En el caso de Alexander Sánchez, debe tener la moto con combustible, pues es la única manera de salir del barrio, en la parte alta de San Remo, en Las Tunitas. También le facilita el proceso de llevar comida semanalmente a su padre y suegra, ambos mayores de setenta años e imposibilitados de salir a hacer compras.  


Yo sin gasolina no soy nada, no trabajo. Así que tengo que ingeniármelas para hacerme de gasolina. Me pongo a dar vueltas en el aeropuerto cuando les da a los guardias por corrernos. Espero afuera. Pero vuelvo. Yo no me puedo ir a casa sin gasolina

Martín Rodríguez, taxista

“A la tercera va la vencida. Yo me tardé tres días para entrar al club de los 600, mientras le agarraba la caída a la jugada. Los guardias son intensos. Algunas veces son tus panas y otras te corren del aeropuerto. Nosotros los motorizados nos organizamos y esperamos dentro de un área cercada a que nos toque el turno. Uno llega tipo cuatro de la tarde y nos atienden a las seis de la mañana. Uno se queda en vela, pero por lo menos tienes gasolina barata y no esas brujas que te quieren quitar millones o un dólar por litro”, explica el joven de 24 años, mientras compra un helado a uno de los vendedores ambulantes que aparecen y desaparecen de la cola, como por arte de magia.   

Una nueva economía también se teje alrededor del “circuito de carreras” en busca de gasolina en el que se han convertido las áreas internas el aeropuerto de Maiquetía. Vendedores ambulantes de café y arepas, cigarros y chupetas, con tarifa en dólares o en bolívares con pago móvil. La mayoría, vecinos del urbanismo Brisas de Maiquetía, que se construyó en un área del aeropuerto de Maiquetía en donde iba a ser desarrollado un estacionamiento.

“La cuarentena no nos deja salir a chambear, entonces uno aprovecha si los clientes están cerca”, dice un heladero que no da su nombre. Solo explica que vende refrescos y agua a quienes aguantan el sol de las 10 am.

Jugando al pisa y corre con la GN

“Despejar el área. Despejar el área. Carro que suba a la grúa, carro que va al comando. El despacho de combustible será a partir de las siete de la mañana. La cola pueden hacerla desde las dos de la madrugada. Despejar el área. Despejar el área. Está prohibida la permanencia en el Aeropuerto de Maiquetía. Esto es zona de seguridad. Despejar el área”.

El mensaje se repite cada día. Con un megáfono, a pie o en una camioneta verde oliva, los Guardias Nacionales ordenan a los que hacen la cola para buscar gasolina en Maiquetía que se vayan a sus casas y regresen más tarde. Quienes lo han hecho, aseguran que no logran llegar al club de los 600. Por eso prefieren jugar con los guardias: se esconden, dan una vuelta y se estacionan en otro sitio hasta que son ubicados y comienza el ciclo nuevamente.


Los guardias dicen que el aeropuerto de Maiquetía es una zona de seguridad. Pero entonces, deberían de agarrar otra bomba para los civiles, como nos llaman. Es ilógico que nos asignen una bomba para comprar gasolina donde no se puede hacer cola, en lugar de hacer el proceso más fácil, sin tanta comiquita

Aloa González, comerciante

“La primera vez que fui a echar gasolina, no me fui preparada. Llegamos a eso de las cinco de la tarde y a las nueve de la noche empezaron los guardias a corrernos del aeropuerto. Para mí no era opción irme a mi casa en Caraballeda y volver. Corría el riesgo de quedarme accidentada sin gasolina. Entonces otros conductores me indicaron que me estacionara en un espacio que poco vigilan y una vez dieron la aprobación de hacer la cola, pues entramos en el circuito de la gasolina”, cuenta la varguense Aloa González.

En la madrugada repartieron los números y consiguió entrar en los 400 automóviles. Pero otros amigos, de puntos lejanos, como Naiguatá y Carayaca, no tuvieron la misma suerte. “Ellos estaban en la cola, pero se pusieron a dar vueltas y se pararon lejos del aeropuerto y ya cuando regresaron no había chance. Es que el proceso es muy loco”.  

“Los guardias dicen que el aeropuerto es una zona de seguridad. Pero entonces, deberían de agarrar otra bomba para los civiles, como nos llaman. Es ilógico que nos asignen una bomba para comprar gasolina donde no se puede hacer cola, en lugar de hacer el proceso más fácil, sin tanta comiquita”, analiza la mujer guaireña. 

En medio del juego entre la Guardia Nacional y los conductores, algunos logran resguardo en el estacionamiento de los bloques de viviendas anclados en el medio de la zona de seguridad; otros se meten en el propio estacionamiento del Aeropuerto de Maiquetía, que de manera sorprendente, funciona, aunque no haya operaciones aéreas a la vista.

Cuando la situación es más tensa, los conductores aguardan en los espacios aledaños a los Bloques de La Aviación o de Solidaridad Litoral. Algunos van con binoculares, para desde un lugar medianamente estratégico, garantizarse llegar a tiempo para hacerse de uno de los números que los identifiquen como miembros del club que echará gasolina al lado de la torre de control del Aeropuerto de Maiquetía.

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