Detrás de las risas y discusiones captadas en videos para redes en la relación amorosa de Maggu y Yarilu, se esconde una infancia y adultez en la que predomina el rechazo de la familia por la condición física y mental con la que luchan ambos

Yarilu sube en promedio 300 escaleras para llegar a la calle 9 de los Jardines del Valle, en Caracas. Allí vive con sus tíos. Son los únicos familiares que le quedan tras la muerte de su madre Sandra. Cuando la cámara de Franklin Puentes intentó captar las condiciones en las que habitan en un «rancho» con paredes de zinc, no los encontraron. La vivienda está rodeada de monte, palmeras y unos muebles que reposan en la débil estructura del lugar, al menos es lo que muestra una de las publicaciones más famosas de @Magguyyari en Tik Tok con 206.800 vistas y 88.000 seguidores en la plataforma.

@magguyyari

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♬ sonido original – Magguyyari

Héctor Luis Guerra Galeno, conocido como Maggu, y Yarilu del Carmen conectan con una comunidad de 11 mil seguidores a través del humor en Instagram. Detrás de las risas y esas escenas de discusiones que surgen en una relación amorosa, se esconde una infancia y adultez enmarcada en el rechazo de la familia por la condición física y mental con la que luchan ambos.

¿Quiénes son ellos? Para la gente de paso, otros del montón que eligieron las calles como refugio con todo y sus riesgos; para el barbero Israel Velázquez y el productor audiovisual Franklin Puentes, creadores del proyecto @Magguyyari en redes, son su familia por elección.

Esta pareja dispareja que pasa los días en la calle 14 de los Jardines, tiene en común el dolor de haber perdido a sus progenitoras. Son huérfanos de mamá y sus cuidadores los humillan, maltratan verbal y físicamente. Pasan por alto el daño emocional que les provocan.

También tienen en común haber nacido en un entorno donde la violencia es el pan de cada día, dentro y fuera del hogar. Pocos cuentan con la fuerza mental para superar las acciones que causan terceros, necesitan de alguien que los note, los saque de la oscuridad sin juzgarlos, como les sucedió a ellos.

El miedo al sonido de la correa o un tubo

Maggu desde temprana edad lidia con la epilepsia, depende de fármacos que lo alejan de la realidad, nublan la vista y le causan terror. Ir a un hospital es su peor pesadilla, aunado a continuar siendo víctima de golpes por su padre, hombre con quien vive a sus 37 años de edad.

Permanecer en su casa representa peligro, no se siente protegido ni mucho menos en paz… Para él, escuchar el sonido de la correa o de un tubo es la señal de que se avecina nuevamente el dolor.

«Desde que mi mamá murió me puse triste, salí a la calle. No quería quedarme en la casa. Tampoco comía ni me bañaba», contó con dificultad mientras repetía las mismas palabras. Su mamá falleció hace 20 años de cáncer en el cuello uterino y hablar de ella lo vuelve sensible, se niega a llorar a pesar de sentir un nudo en la garganta. El tiempo corre sin sanar la pérdida, pero ¿quién sana tan rápido?


Me siento destrozada, humillada, despreciada

Yarilu

La calle es el refugio de Maggu, a pesar de que a diario se deba enfrentar a las autoridades que no dudan en dejar heridas graves en cada encuentro; y a la dualidad de querer estar en la casa para luego huir lo agobian.

«Me han caído a peñonazos y cachazos. La relación con la policía y la PTJ ha sido bastante difícil», lamenta. Reconoce que en la calle ve lo malo. Sabe que algunas de sus acciones no son correctas, pero agradece a la calle por las personas que se ha topado en el camino.

A Yarilu la conoció en una fiesta en la calle 9 cuando solo tenía 15 años. ¿Cómo no le iba a llamar la atención si bailar y compartir es lo que más le gusta a ella? Sin duda debían coincidir.

El desprecio la hizo desconfiada

Gritarle «fuera de aquí eres horrible» nunca fue suficiente para la familia ni la gente del barrio en el que creció Yarilu, una mujer de estatura baja, piel morena y ojos protuberantes a la que le lanzaban botellas, no escatimaban para hacerla molestar o explotar. La gente se mofaba con esas acciones. «Me siento destrozada, humillada, despreciada», expresa en innumerables ocasiones pero rara vez es escuchada.

Conversar con Yari no es sencillo. Duda y evalúa qué dirá, es precavida. El desprecio de la comunidad la hizo desconfiada, pues prefiere quedarse en silencio y decir solo lo justo. «De pequeña era buena, era bonita. La gente me ha querido hacer daño, no me quieren hablar», así contrasta los recuerdos del pasado con el presente.

Sus tíos le niegan la comida en ocasiones. Actualmente vive con una amiga pero debe acoplarse a las reglas de la casa. Si no quiere regresar a la calle 9, debe llegar a tiempo y no emborracharse. Aún existen personas que se preocupan de manera sincera por ella, sin tomarla como un objeto de caridad.


Me han caído a peñonazos y cachazos. La relación con la policía y la PTJ ha sido bastante difícil

Maggu

«Muchas personas se quieren aprovechar de ellos. Ha pasado que la gente agarra a cualquier indigente en la calle, se toman fotos, los graban y se benefician. La idea no es esa», señala el fotógrafo Franklin Puentes, que en alianza con el barbero Israel Velázquez han apadrinado económicamente a Maggu y Yarilu.

Ninguno de ellos es millonario, tampoco se lucran a través de ellos.

Algunos creen que Yarilu sufre de bipolaridad, se les olvida que la violencia transforma y moldea el estado emocional de la víctima; pero solo son presunciones.

Israel y Franklin se han dado a la tarea de buscar ayuda social, entregaron sus esperanzas a influencers.

«Hemos acudido con influencers en Instagram como Marko, Manuel Conecta, Luis Olavarrieta, entre otros comunicadores sociales –no menciona nombres–. No nos han dado respuesta por lo que hicimos unos cortometrajes para dar a conocer la situación actual de ambos», agrega Israel tras resaltar que no han solicitado apoyo a ningún ente gubernamental ni político.

Servando y Florentino son los cantantes favoritos de Yarilu y están al tanto de su estado. Este año pudo disfrutar del concierto online con la entrada que los hermanos Primera le obsequiaron. Ese instante fue especial para ella. La alejó de los comentarios dirigidos a su apariencia y posible patología.

Encargarse de Yarilu es costoso para dos chamos que no superan los 30 años de edad. La responsabilidad crece y el contenido que producen en redes para captar un poco de dinero no es suficiente. Necesitan encontrar una vivienda para ellos y que sean atendidos en un centro de salud que les dé un diagnóstico del estado psicológico que el maltrato les dejó.

En el cortometraje publicado el 16 de agosto, el fotógrafo Franklin Puentes, mientras sostenía en sus brazos a Yarilu, dejó una reflexión para los jóvenes que siguen el contenido: «Estudia. No te comas a las amistades. Hazle caso a tus padres y elige bien. El entorno en el que estés te ayuda y te moldea», cita la frase con la que espera concienciar sobre los círculos sociales que marcarán la diferencia en tu futuro.

¿Quieres apoyar a Maggu y Yarilu con insumos o asistencia social?
Contáctalos en todas sus redes como @magguyyari

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