Frío, calor, hambre, miedo y desvelo son algunas de las penurias que se sufren al pernoctar en una cola para echar combustible. Cuatro conductores contaron a El Pitazo qué hicieron durante ese tiempo para no desistir en el intento de llegar hasta el dispensador
Por Pola Del Giudice y Rosanna Battistelli
Dormir en una cola para echar gasolina no es fácil. Hay que lidiar con los cambios de temperatura, el hambre y el sueño. El miedo también hace de las suyas en un país donde pernoctar en la calle representa un riesgo por la inseguridad.
Cuatro historias contadas por conductores del estado Miranda nos muestran esta cruda realidad, a la que se suman las humillaciones, abusos e insultos que deben soportar los ciudadanos por parte de los funcionarios de la Guardia Nacional (GN) encargados de custodiar las estaciones de servicios.
“Mi hijo se enfermó en una cola”
Moisés Castillo, residente de Los Teques, capital del estado Miranda, pasó cinco días esperando combustible en la estación de servicio La Veguita, conocida como Oveja Negra, ubicada en el kilómetro 13 de la carretera Panamericana.
La odisea de Moisés comenzó el martes 22 de septiembre. Ese día quedó de primero en la cola, tras acabarse la gasolina. No tenía combustible para retornar a casa y decidió pernoctar en el lugar con su esposa e hijo.
La noche fue tétrica. Había una soledad y un silencio que asustaba; solo una vez pasaron tres funcionarios policiales en una patrulla. Del resto quedamos a la buena de Dios
Luis Pérez
La noche se les hizo larga. Todos durmieron incómodos y el frío era tan fuerte que el hijo de Moisés, de seis años, tiritaba, a pesar de los esfuerzos de su madre por cobijarlo.
Al día siguiente la gandola que surte a la gasolinera no llegó. Ya con más experiencia de lo que significa dormir en una cola, Moisés se equipó con comida rápida, sin sospechar que en el sistema de despacho del Centro de Distribución de Guarenas no había carga asignada para La Veguita ni para el miércoles ni el jueves.
El 25 de septiembre, cuando el equipo de El Pitazo contactó a Moisés, su situación era precaria. Estaba haciendo sus necesidades en el monte y en su cuerpo se visualizaban picadas de insectos. Ese viernes logró que un motorizado amigo se llevara a su esposa e hijo a casa. El niño tenía fiebre, alergias y malestar general.
“En las colas solo queda conversar con otros conductores y hasta compartir la comida o un café para hacer más llevadera la frustración y la humillación a la que estamos sometidos”, sentenció Moisés, quien finalmente surtió su vehículo el sábado 26 de septiembre.
“Los guardias nacionales te humillan”
José Castillo vive en el centro de Los Teques y también sabe lo que significa dormir en una cola para surtir gasolina en medio de bajas temperaturas. “Uno no lo hace porque quiere, sino por necesidad”.
Como en Los Teques no llegan a diario las gandolas, José prefiere ir a la estación de servicio La Auxiliadora, en la carretera Panamericana, cuyos tanques son llenados todos los días con dos gandolas para atender a los sectores priorizados. El 23 de septiembre, José durmió en las adyacencias de esa gasolinera. Llegó a las 6:00 pm a bordo de su Toyota Corolla, año 2006. Llevaba un termo de café, un sándwich, frutas y galletas. Tenía 700 carros por delante. Estaba ubicado en la entrada del sector Lomas de Urquía, a 2,5 kilómetros de la gasolinera.
A las 8:00 pm, José logró avanzar un kilómetro, ya que la gasolinera trabajó hasta las 10:00 pm. “Cuando cerró la estación de servicio y cayó la noche, solo me quedó encomendarme a Dios para que la inseguridad no me hiciera parte de sus cifras”.
En el transcurso de la madrugada, José se dedicó a hablar con quienes al igual que él hacían cola. “La capacidad de aguante del venezolano es inimaginable. No tenemos agua, compramos pipotes para almacenar y cargamos hasta en manantiales. No hay luz y compramos velas o linternas. Se acabó el gas y resuelves. Nos hemos convertido en un resuelve todo”.
A las 2:00 am el cansancio le pasó factura, así que se acostó en la parte trasera de su vehículo, con dos cobijas que le permitieron soportar los 16 grados centígrados de temperatura, y una almohada.
Para esa hora la fila llegaba hasta el sector La Carbonera, a 4 kilómetros de la estación. José logró dormir 3 horas. A las 5:00 am el grito de un vendedor ambulante: «café, cafeeeeeeeeeeeeé», lo despertó. Salió del carro, compró un negrito y un cigarro a un dólar.
A las 12:00 m, luego de 17 horas en la cola, una noche fuera de su casa y lejos de su familia, José cumplió su cometido, aunque estaba desmoralizado por las penurias que pasó. “Los guardias nacionales te humillan, porque ellos saben que tienen el control de quién surte y quién no”, aseguró quien dijo que fue testigo de cómo los uniformados, en complicidad con los trabajadores de la bomba, cobraban en dólares para que algunos usuarios surtieran sus vehículos sin hacer cola.
No podía dormir, el asiento del carro era incómodo. Llegó un momento que no encontraba posición. Estiraba los pies y a los segundos los encogía. Me dieron ganas de ir al baño y me contuve, pues salir del carro era peligroso; sentía que me podían atracar
Luis Pérez
“Se me hincharon los pies”
El trajín de Luis Pérez fue similar al de Moisés y José. Duró 29 horas en cola para echarle solo 30 litros de gasolina a su camioneta Toyota, en la estación Sucua, ubicada adyacente a la redoma Santa Rosa de Charallave en los Valles del Tuy.
La experiencia la calificó de humillante y bochornosa, al punto que aseguró que no la repetiría, a menos que fuese por una emergencia, como la misma que lo obligó el 26 de septiembre: una cita médica.
Ese día, Luis comenzó a hacer la cola a las 4:30 am. 14 horas antes una gandola había descargado 36.000 litros de combustible en la gasolinera, así que todo hacía suponer que llegaría al dispensador; sin embargo, no fue así.
A diferencia del clima de los Altos Mirandinos, en los Valles del Tuy el calor es inclemente, por lo que Luis soportó altas temperaturas bajo un ardiente sol toda la mañana. Como hacía la cola con un amigo, la plática entre ambos aminoraba los efectos de la espera, y a las 6:00 pm, al ver que no regresaba a casa, su esposa le llevó almuerzo y un repelente de mosquitos. Había pasado 14 horas con el estómago vacío.
Cualquier ruido mínimo me despertada. Estaba asustado, porque Ocumare es peligroso. A mi hermano lo mataron el año pasado regresando de una fiesta a las tres de la madrugada. Le robaron todo y le dieron dos tiros
Antonio Pereira
Dos horas después se informó el cierre de la estación de servicio. Luis pensó en volver a casa; sin embargo, prefirió quedarse para no perder el día de esfuerzo. “La noche fue tétrica. Había una soledad y un silencio que asustaba; solo una vez pasaron tres funcionarios policiales en una patrulla. Del resto quedamos a la buena de Dios”.
Dos películas que había descargado en Netflix lo acompañaron durante cuatro horas, pero después comenzaron los mayores sinsabores. Era para entonces la 1:00 am. Hacía calor, pero Luis prefería tener el aire acondicionado apagado para ahorrar la reserva de gasolina.
“No podía dormir, el asiento del carro era incómodo. Llegó un momento en que no encontraba posición. Estiraba los pies y a los segundos los encogía. Me dieron ganas de ir al baño y me contuve, pues salir del carro era peligroso; sentía que me podían atracar. También temía que algún delincuente me tocara la ventanilla; práctica muy común del hampa”.
Al día siguiente las secuelas no se hicieron esperar: Luis tenía los pies hinchados y le dolían la cadera, las rodillas y la cabeza. A sus 62 años el cuerpo no tiene el mismo aguante que 30 años atrás. A pesar del malestar se quedó en la cola. Su amigo había llevado un termo con café y galletas que compartieron y aprovecharon un monte cercano para orinar.
A las 9:30 am el indicador de combustible de su camioneta marcaba un poco más de un cuarto de tanque, así que regresó a casa con el sabor amargo de que esa gasolina solo le alcanzaría para ir y regresar de su cita médica.
Extraño a mi país, al que conocí en la bonanza petrolera. Aquel donde decíamos ´échale full´ y agarrabas carretera sin temor de quedarte varado
Antonio Pereira
Cartas, dominó y una cavita
El 16 de septiembre, el medidor de gasolina del carro de Antonio Pereira estaba en la reserva. La situación le preocupaba pues debía llevar a su mamá al médico, tras sufrir un leve accidente cerebro vascular (ACV). La cita estaba pautada en Caracas, dos días después.
Antonio llegó a las 6:00 am a las adyacencias de la bomba Romano 3 en Ocumare del Tuy y se anotó en una lista. Era el número 121. Se suponía que antes de las 7:00 pm, hora promedio en que cierra la gasolinera, surtiría su auto Chevrolet, Optra.
Durante el día vio peleas, personas colearse y funcionarios cobrando en dólares a escondidas. Antonio observaba el panorama en silencio desde la ventanilla de su carro. Con un pedazo de cartón se abanicaba, mientras el sudor que corría desde su frente le empapaba el tapaboca.
Un pan con queso fue su desayuno, el mismo que le permitió aguantar hasta las 8:00 pm cuando su esposa llegó a pie para llevarle algo más de comida. Una hora antes, Antonio le había comunicado que dormiría a las afueras de la estación de servicios, pues ya había cerrado sus puertas y quedó apenas a veinte números del dispensador.
Tres personas que permanecían en cola después que Antonio estaban mejor equipadas. Habían llevado cartas, dominó y una cava con agua, refresco y hielo. Recuerda que durante cuatro horas jugó caída y dominó, mientras al fondo se escuchaban las canciones de Reinaldo Armas a bajo volumen para no despertar a los vecinos.
A la 1:00 am el sueño lo venció, así que Antonio regresó a su carro, pero no logró dormir más de diez minutos. El calor, la incomodidad, los zancudos y el miedo lo desvelaron. “Cualquier ruido mínimo me despertada. Estaba asustado, porque Ocumare es peligroso. A mi hermano lo mataron el año pasado regresando de una fiesta a las tres de la madrugada. Le robaron todo y le dieron dos tiros”, recordó con temor.
A las 6:00 am Antonio verificó la lista donde estaba anotado. Allí seguía su nombre. Una fuerte jaqueca lo aquejaba. Minutos después ese malestar fue más intenso. El gentío y el calor hacían incómodo el lugar. A eso se sumaba una vendedora ambulante que a todo gañote ofrecía helados de teta.
Cuando ya le faltaban ocho carros para llegar a la gasolinera, otro infortunio se sumó a la desdicha de Antonio. Su carro se quedó sin gasolina. Afortunadamente los tres amigos con quienes jugó horas antes lo ayudaron a empujar el vehículo. A las 11:00 am ya estaba frente al dispensador. Le echaron 30 litros de gasolina. Cinco minutos después se acabó el combustible.
“Extraño a mi país, al que conocí en la bonanza petrolera. Aquel donde decíamos ´échale full´ y agarrabas carretera sin temor de quedarte varado”, dijo Antonio Pereira a El Pitazo con añoranza.