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jueves, 28 marzo, 2024

A Jeiny se la llevó el apagón

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En el primero de los apagones ocurridos durante el mes de marzo la familia Guerrero perdió a Jeiny y al bebé que traía al mundo. La falta de transporte, de atención médica y el colapso de los hospitales con la falla eléctrica derivaron en su muerte y en el suplicio de todos a su alrededor que pudieron disponer de sus cuerpos solo seis días después

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A Jeiny se la llevó la oscuridad que atrapó a Venezuela en esos días. El jueves, cuando volvió la luz después de una semana entera en la que el negro lo tiño todo, fue cuando su hermana pudo verla. Pero, no era ella. La luz le permitió ver con claridad el horror que los fluidos, la descomposición, los gusanos y también la desidia y las carencias de un sistema de salud en colapso le causaron a su hermana menor.

Era una mujer de 30 años, con un carácter difícil y aplomo en sus decisiones. Así la recuerda su hermana mayor, Yesenia, y así es como la describen todos los que la conocieron. La llamaban Jeiny, porque era el nombre con el que su mamá la quería bautizar y no pudo por un error en la partida de nacimiento y hoy no solo la llora ella, sino sus dos hijos pequeños que se quedaron sin mamá.

Ella tenía miedo. Pero, en todos los escenarios que la atemorizaban, nunca imaginó el que le quitó la vida.


Ya había perdido a una bebé que se infectó con una bacteria hospitalaria al mes de haber nacido y a otro que murió al nacer


Su embarazo se había pasado y ya transitaba la semana 41. Las dos perdidas anteriores sembraron el terror y la hicieron esperar no sé qué cosa para traer a su quinto bebe al mundo. Yesenia presume que la posibilidad de que este niño tuviera hidrocefalia fue la razón por la que su hermana no había ido antes al hospital para dar a luz. “Tenía miedo de que no se lo sacaran, de que se le muriera otra vez su nene, tenía demasiados miedos”, es lo que cree su hermana.

–Todos le preguntábamos ¿para cuándo, Jeiny? y ella solo decía que pronto. Cuenta su hermana.

La mañana del sábado 9 de marzo, el tercer día del primer corte de energía continuo en todo el país durante el mes de marzo, se sintió muy mal y debieron correr al hospital. Allí comenzó la odisea de la familia Guerrero y de sus amigos en todos Los Guacamayos, uno de los Bloques de Caucagüita, en el municipio Sucre. 

La familia tuvo que pedir cola para bajar del cerro que los separa al menos 15 kilómetros del hospital más cercano y en ese proceso tardaron al menos una hora, mientras apareció alguien dispuesto a ayudar. Cuando llegaron a la redoma de Petare, Jeiny tuvo una hemorragia y su prima Nathaly, la única que estaba con ella debió pedir ayuda para llevar cargando a su prima hasta el Materno Infantil, donde estaba su historia médica y, se suponía, atenderían su parto.

–Allí le hicieron un eco y vieron que el niño estaba un poco mal y nos dijeron que iban a trasladarla, recuerda su prima.

Como tanto temía, él bebe venía con una complicación y la falta de luz mantenía en mínimo al personal de guardia en ese centro de salud. En el sitio le dijeron que no podrían atenderla, que no había anestesiólogo, ni especialista para tratarla a ella o al niño y llamaron a una ambulancia para trasladarla.

Allí pasaron varias horas antes de que fuese trasladada y, a pesar de la hemorragia que ya tenía, en el centro de salud solo le brindaron hidratación.

La incertidumbre

Yesenia se enteró a la una de la tarde que su hermana había sido llevada de emergencia al hospital y comenzó a buscar pasaje para poder bajar desde Caucagüita. En la comunidad el transporte es más que escaso y salir de allí representa una hazaña para sus pobladores, tanto así que muchos vecinos cuentan hasta tres y cuatro meses sin salir de allí por falta de efectivo para movilizarse y los altos costos de las pocas camionetas que cumplen el servicio en la zona.

Las carencias en Caucagüita —que son las mismas que en todo el país, pero agudizadas por la pobreza— contribuyeron al drama de Jeiny. Ella vivía en un apartamento de cuatro habitaciones con su suegra y otras 26 personas, entre ellas su hijo más pequeño, de 5 años.

Antes, ya había perdido a una bebé que se infectó con una bacteria hospitalaria al mes de haber nacido y a otro que murió al nacer. Pasaba sus días en casa, hablando con vecinas, cargando agua del río cercano, pues hace dos años que el líquido no llegaba a las tuberías, o secando y cortando el cabello a algunas vecinas que le pagaban por sus servicios de peluquería.

Aunque Yesenia, su madre y el hijo mayor de Jeiny ya no vivían con ella, mantenían contacto cercano. La preocupación por su último embarazo era constante, pero ella las tranquilizaba al decirles que faltaba poco.


El bebé venía con una complicación y la falta de luz mantenía en mínimo al personal de guardia en ese centro de salud


Cuando Yesenia supo que su hermana estaba por dar a luz, lo tomó como algo natural y decidió primero buscar a su mamá, antes de irse al hospital. Intentó comunicarse con Nathaly o con la suegra de Jeiny para saber detalles, pero las líneas telefónicas estaban muertas por el apagón y no había forma de comunicarse.

El transporte público tampoco funcionaba. Hace tres días que todo estaba apagado en Venezuela y lo que se movía costaba caro. Por eso Yesenia no logró salir de su casa ese día y le tocó confiar y esperar el siguiente para tener noticias de su hermana. Pero, a las nueve de la noche, cuando la preocupación se había transformado en resignación y ya estaba segura de que no conocería al bebe de Jeiny hasta la mañana siguiente, tocaron la puerta de su casa.

–Prima se murió Jeiny. Fueron las únicas palabras que pronunció su primo en la puerta de su vivienda en La Embajada, un bloque cercano a ese en el que se ubicaba la casa de su hermana.

Yesenia no entendía, no sabía qué hacer. La noche, la oscuridad y la incertidumbre le impedían moverse hasta donde estaba su hermana.

La muerte

–No me dejes a mi niño pasar trabajo, fue lo último que le dijo Jeiny a su prima antes de morir.

Más de dos horas pasaron para que llegara la ambulancia que trasladó a Jeiny desde el Materno hasta el centro de salud Dr. Domingo Luciani, en El Llanito, a escasos 7 minutos de distancia. Allí, en la emergencia repleta de gente que esperaba hasta en el piso para ser atendida, fue recibida.

Al llegar al hospital, cerca de las 12 del mediodía, la hicieron esperar, como a todos. Los médicos indicaron que el niño ya estaba muerto dentro del vientre, pero no fue sino hasta las seis de la tarde, 10 horas después de haber acudido a un centro médico por ayuda, cuando la atendieron y le hicieron una cesárea de emergencia para sacar al pequeño.


Esperábamos ir al siguiente día a conocer al bebé, no a reclamar los cuerpos


Al rato dejaron pasar a su prima y a su suegra a verla. Nathaly no tiene clara la noción del tiempo en ese momento, pero recuerda que al entrar a la emergencia, escuchó unas pocas palabras de Jeiny y a la doctora diciendo que sacaron al bebé muerto.

–Ella estaba muy fría cuando yo la toqué y yo pude ver al bebé ya envuelto en tirro y a ella vestida con la batica azul esa. Yo llamé a su suegra para que la doctora le explicara y cuando ella entró, ya Jeiny estaba muerta. Recuerda Nathaly.

Cuando Yesenia llegó al hospital al día siguiente, estaba llena de preguntas. El acta de defunción que le entregaron decía que su hermana tuvo un shock hipo glicémico, pero una especialista le confirmó que murió porque su útero fue perforado durante el trabajo de parto y la falta de hidratación y pérdida de sangre durante la intervención quirúrgica le causaron la muerte.

Jeiny murió desangrada

Mientras Yesenia esperaba en las afueras de la emergencia una respuesta sobre la muerte de su hermana y su sobrino, pudo ver el colapso del hospital de El Llanito. La gente corría de un lado a otro, había personas tiradas en el piso que sirve de sala de espera a la emergencia clamando por ser atendidas. Muchos que estaban ya dentro de la emergencia también estaban tirados en el piso en los pasillos oscuros, alumbrados con pocas lámparas o alguna luz que salía de la sala de trauma shock.  

–La gente caía como dominós, unos detrás de otros. Si a ella le fuesen brindado la atención indicada, si la hubiesen hidratado, ella estaría bien. Además le hicieron una cesárea que es una operación tan intensa para alguien que venía perdiendo sangre. Ella se murió fue por eso. Dice Yesenia.

Ella atribuye al “hecho de no poder comunicarse”, la tragedia de Jeiny y asegura que si la electricidad y las líneas telefónicas no hubiesen fallado, se habrían tenido mayores oportunidades.


Murió porque su útero fue perforado durante el trabajo de partoy la falta de hidratación y pérdida de sangre durante la intervención quirúrgica


–Uno en este país cuando es pobre y en estas condiciones que vivimos sabe que le toca recorrer de hospital en hospital, que la familia tiene que hacer el mismo recorrido para buscar a su gente. Todos hemos vivido lo mismo, pero nosotras esperábamos ir al siguiente día a conocer al bebé, no a reclamar los cuerpos. Dice Yesenia entre llanto.

Reitera que era su única hermana, que todo el mundo decía que por qué no pidió ayuda, que por qué no buscó amigos en el centro de salud. “La misma gente del hospital me dice que por qué no pedimos ayuda y eso me hace saber que a mi hermana le hicieron algo y cuando yo reclame pueden salir cosas que quien sabe qué. Mejor no lo hago por mi mamá, porque ella está aceptando su duelo en su casa”, asegura.

El cuerpo de Jeiny y el de su bebé estuvieron en El Llanito seis días enteros y el trámite para reclamarlos, que debió resolverse en día y medio, se convirtió en una verdadera carrera de obstáculos para la familia Guerrero. 

Por la falla de energía eléctrica muy pocas funerarias estaban funcionando; además no tenían el dinero para pagar la cremación que era el procedimiento más barato al que pudieron acceder con un costo de 835 mil bolívares soberanos y que lograron conseguir con la ayuda de la ONG Impronta y de algunos periodistas extranjeros que conocieron del caso y donaron 70$ para el funeral.


Las cenizas de Jeiny y de su hijo fueron esparcidas en ese río al que ella le gustaba ir a cargar agua, en Caucagüita


Pero tener el dinero no fue suficiente, en la funeraria solo aceptaban transferencias del mismo banco y ellos no disponían de cuentas en esa agencia. Pasaron dos, y tres días más, para que el martes cuando ya se restablecía la luz en algunas zonas, aceptaran un pago fraccionado de 300 mil bolívares cada día, como lo permitía el banco. 

–Yo la vi porque tenía que reconocerla y no me dejaban entrar a la morgue porque había demasiado muerto. Entonces tuve que buscar a un primo mío que entró y salió ahí mismo por el olor y me dijo que ahí habían muchos bebés, él me decía que era así como dos mesas de esas grandes con los cuerpitos y me decía que yo no podía entrar porque yo tengo hijos y eso era muy impresionante.

Para Yesenia es imposible no quebrarse al recordar como vió a su hermana cuando la sacaron de la morgue a un pasillo conjunto para que ella pudiera reconocerla.

–Ella estaba súper hinchada, ya la piel se le estaba abriendo de lo descompuesta que estaba. Él bebe se secó, no estaba en esas condiciones. Pero ella tenía hasta gusanos, ella que les tenía tanto asco… Nadie merece morir así, cuenta Yesenia, a quien le perturbó tanto esa última imagen de su hermana que días después se enfermó y aseguraba que su rostro se veía igual al de Jeiny en esa cama de metal.

Las cenizas de Jeiny y de su hijo fueron esparcidas en ese río al que ella le gustaba ir a cargar agua, en Caucagüita. Su hermana y su madre prefieren recordarla así, contenta cargando agua y llevando sol y no llena de gusanos y en la oscuridad que se la llevó.

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