Nahomi no estaba desesperada por el encierro y menos angustiada por el coronavirus. Ella está desbordada por las 22 tareas que le mandaron del colegio y debía entregar el lunes.
A sus 9 años me dijo, en silencio cómplice, que ya entendía por qué el cole se llamaba Planeta Sur: las “mae” vivían en otro planeta.
Mientras me preguntaba sobre el coronavirus puso la borra en su boca y sus ojos celestes miraron al cielo. ¿Cómo estará haciendo Sebastián? No tiene internet; o Camila, sus padres la dejaron con la abuela y se fueron. La abuela ni WhatsApp tiene. Saldrán raspaos.
Nahomi se llenó de ansiedad no por incumplir la tarea, sino por la culpa de no tener la nota.
Y si lo logra, ¿a costa de qué será ese éxito académico?
Su mami termina el desayuno y empieza el almuerzo, el agua llegó; su papá descifra la mejor gasolinera. Ninguno recuerda el diptongo, menos el hiato.
La presión de la cuarentena y la escuela hacen que Nahomi esté distraída, es su forma de defenderse en estas horas que, según muchos, serán de aprendizaje.
Su deseo de aprender lo deja para después de las 4:00pm. Debe enviar el capture de la tarea. Su concentración no le permite darle rienda suelta a su creatividad, debe responder preguntas que jamás se haría.
En el fondo Nahomi desea ir a la escuela, estar dentro de la escuela, pero más desea que la escuela estuviera dentro de ella.
FRITZ MANUEL MÁRQUEZ ÁLVAREZ