Cada viernes por la tarde, la Fundación Raíces Venezolanas, conformada por un grupo de voluntarios, atiende a compatriotas recién llegados a la ciudad floridana, la mayoría provenientes de la frontera con México. El voluntariado recibe alrededor de 100 personas diarias y les dota de bienes materiales, además de brindarles asesoría médica y legal
—Hola, Helena ¿cómo estás?
—Hola, Simón que bueno verte. Dame un segundo que llegaron nuevas donaciones, siguen llegando más familias de Venezuela. ¿Qué pasó?, ¿vas a meter el asilo?, ¿conseguiste abogado?
—No tengo plata para pagar un abogado.
—¿Sabes qué? Te la tengo. Melissa ven acá. Ella es voluntaria y está estudiando leyes. Simón necesita ayuda con su aplicación.
—Simón solo dime lo que necesites… sábanas… zapatos… lo que sea, yo te lo consigo.
—El colchón inflable que me diste se dañó.
—Esos colchones no duran ni 30 días, tranquilo ahí te conseguimos otro…resolvemos
El parlamento pertenece a una escena de la película Simón, basada en la experiencia de un joven venezolano que se ve obligado a salir de su país luego de participar activamente en las protestas antigubernamentales de 2017, contra el gobierno de Nicolás Maduro.
El personaje de Helena, encarnado por la actriz Prakriti Maduro, está inspirado en Patricia Andrade, directora de la Fundación Raíces Venezolanas, una organización gubernamental o “non profit” que se encarga de ayudar a migrantes venezolanos recién llegados a la ciudad de Miami, la mayoría provenientes de la frontera estadounidense con México. De hecho, la escena del largometraje dirigido por el venezolano Diego Vicentini, fue filmada en el mismo almacén donde funciona Raíces Venezolanas.
Esta crónica es parte de la serie El incierto camino al sueño americano, una mirada en blanco y negro, que trata sobre migrantes venezolanos y procesos migratorios en Estados Unidos. Es el resultado de un trabajo periodístico realizado en Texas, Washington y Florida en mayo de 2024 por Runrun.es, TalCual y El Pitazo, medios venezolanos que integran la Alianza Rebelde Investiga (ARI).
“Así como es el personaje de Helena, así soy yo. Diego vino varias veces para acá, se sentaba y solo observaba, yo ni pendiente de lo que tramaba, hasta que un día me enteré”, confesó Patricia, quien tiene ocho años al frente de la iniciativa.
Mientras habla y explica de qué se trata la labor que lleva a cabo de forma voluntaria, Patricia invita a pasar a una pareja de migrantes recién llegada a suelo norteamericano. Manda como un general, todo lo supervisa y está pendiente que cada quien salga satisfecho del recinto. Su celular no para de sonar, es como una operadora de teléfonos a tiempo completo.
El almacén está conformado por compartimentos y en cada uno hay ropa, calzado, juguetes, lencería, electrodomésticos, cunas, coches, teteros, ollas y hasta una pila de sillas de bebés para vehículos.
“Nosotros recibimos a migrantes venezolanos que llegan en situación de mucha necesidad, como los que están entrando actualmente por la frontera con México. Desde que estamos acá hemos acogido a 30 mil personas y por día pueden venir entre 12 y 14 familias, un promedio de 100 diario, estamos aquí para atender personas todos los viernes en la tarde, pero la organización y clasificación de las donaciones es toda la semana. Todo lo que está aquí es donado básicamente por la comunidad de venezolanos que vive en Miami”.
Patricia dirige a una decena de voluntarios venezolanos que hacen espacio en sus respectivas agendas para tender la mano a compatriotas.
Paul Urdaneta es un joven de 21 años que ya tiene siete en Miami. Lo que sabe de Venezuela lo ha visto en medios de comunicación en Estados Unidos y redes sociales. No ha vivido en carne propia el estupor de la hecatombe humanitaria en su país natal, sin embargo siente empatía con los miles de compatriotas que persiguen una mejor vida en los Estados Unidos. No necesita vivir allá, para percibir la desesperanza y el dolor.
“Estoy aquí para tender una mano a quienes creen que no hay posibilidad de un futuro en Venezuela. El proceso migratorio aquí es muy complicado y las personas que llegan no reciben ningún tipo de ayuda estatal, dependen exclusivamente de familiares o de la caridad de instituciones como esta”, dijo Paul.
“Aquí todo depende de la caridad de los mismos venezolanos”, agregó Daniel Alvarez, otro voluntario de Raíces.
“Hay una señora que viene todas las semanas, recoge las donaciones de lencería, las lava, luego las clasifica y las devuelve con etiquetas, todo sin cobrar un centavo, es una especie de ángel, nos quedamos asombrados del nivel de solidaridad de la gente”.
María*, otra voluntaria, aseguró que los requerimientos del migrante que llega a Florida han variado en los últimos años.
“Ahora vemos más necesidad, el venezolano que viene acá llega prácticamente con la ropa que trae puesta. Muy diferente al de hace años atrás, la mayoría tenía un nivel profesional, eran de clase media. La crisis en Venezuela ha hecho mutar al migrante. Anteriormente el venezolano entraba a Estados Unidos por los aeropuertos, ahora por la frontera terrestre”.
María informó que para ser atendido en Raíces no basta solo tocar el timbre.
“Hay una página donde tenemos teléfonos y un correo electrónico, la gente se suscribe y pide una cita, expresa que tipo de implementos necesita, se les piden datos de cuándo y cómo entraron al país. Aparte de recibir objetos se les otorga información sobre servicios médicos y legales gratuitos, colegios para sus hijos porque son personas que llegan sin información alguna”.
Patricia añadió que a la Fundación ha llegado gente apenas con la ropa que les regala el Servicio de Migración de Estados Unidos.
María reconoció que en los últimos tres años, la llegada de migrantes venezolanos a Florida se ha desbordado.
“Yo también me encargo de recibir las donaciones, constatar que las cosas estén en buen estado. El desborde de la frontera ha hecho que la gente ahora sea más solidaria porque es un panorama que la comunidad venezolana en Estados Unidos jamás había visto. Cuando empecé a recibir en 2021 a las primeras personas que cruzaron la frontera y nos escribieron la gente aquí no lo creía, eso precipitó un tipo de ayuda inédita y masiva”.
Patricia indicó que a veces deben pagarle un Uber o taxi a las personas que acuden a Raíces Venezolanas para que se devuelvan a sus hogares porque no tienen ni para comer.
“Todos los que se vienen es porque no aguantan la crisis, a mi juicio lo que tenemos ahora es lo que era el chavismo de base que decidió quitarse la camisa roja y venirse a Estados Unidos”.
La directora de Raíces sostuvo que cuando empezó con el proyecto, los venezolanos en Miami la tildaban de mentirosa porque no creían que compatriotas dormían en los alrededores de las tiendas Walmart (cadena de supermercados).
“Nosotros desde que empezamos hemos sido testigos de la metamorfosis del migrante venezolano, primero la fuga de talentos, luego las víctimas de las protestas de 2017, la escasez, la inflación, el apagón y ahora la persona humilde afectada por la crisis humanitaria compleja”.
A partir de la migración forzada a través de la selva del Darién, Centroamérica y México, les ha tocado escuchar historias de terror.
“Violaciones de madres para que no les ultrajen a sus hijas y padres que son amarrados mientras violan a sus esposas e hijas, como voluntarios eso nos ha afectado y por eso hemos requerido ayuda terapéutica”, dijo Andrade.
México ni lindo ni querido
Mientras Patricia gira instrucciones, saluda a visitantes y atiende el teléfono, Yeisy Arrieta aguarda en un silla para ser atendida, su hijo de cinco años corre por todo el establecimiento y se emociona cada vez que ve un juguete, uno de los voluntarios le pregunta si empezó en la escuela, él asiente tímidamente con la cabeza, Yeisy lo ve con ojos de orgullo, con esos mismos que lo cuidó durante la travesía por tierra y agua que los trajo a Estados Unidos.
Con voz pausada y mirada lánguida, la oriunda de Maracaibo en el estado Zulia aseguró que tardó casi tres meses en arribar a suelo norteamericano junto con el niño que le acompaña y otro de tres años.
“Llegué a Colombia, de ahí a Panamá por vía marítima, estuve cuatro días y medio en el Darién, en la selva entré con un primo y un muchacho que me estaba ayudando con los niños, mi primo nos abandonó y gracias a este muchacho pudimos salir de la selva, el sacó a uno y luego se devolvió a recoger al otro”, dijo la marabina.
Yeisy aseguró que ya en Panamá se había quedado sin dinero y debió esperar a que familiares le enviaran divisas para continuar su periplo a Costa Rica.
“En Costa Rica estuvimos un día y medio y luego salimos a Nicaragua…en Nicaragua los choferes tienen prohibido llevar a migrantes y hay que caminar, mis pies estaban muy hinchados, como pudimos llegamos a Guatemala y allí para pasar por una trocha a México nos hicieron desnudar a todas las mujeres para ver si teníamos dinero oculto, nos quitaron todo y tuvimos que dormir en una plaza”.
A juicio de Arrieta, no hay derecho humano que no sea violado en la nación azteca.
“México es una locura, a los migrantes les cobran 200 pesos por transportarlos cinco minutos, los hoteles no les alquilan habitaciones…no entiendo como una nación puede estar tan dirigida por carteles”.
También a la espera de un donativo en la Fundación, Luisana Vivas, procedente de San Antonio del Táchira, en el suroccidente de Venezuela, coincidió con Yeisy.
“En el primer pueblo que conseguimos en México miembros de un cartel nos secuestraron y tuvimos que pagar 75 dólares por persona para que nos liberaran”.
Vivas no sufrió tanto maltrato en Centroamérica como en México. “En ese país hay mucha discriminación, es una pesadilla”.
Para otra familia de cuatro miembros que espera por ser atendida en Raíces, también proveniente del estado Zulia, pero de Ciudad Ojeda, México igualmente fue un horror comparado con su paso de tres días y medio por el Darién.
“En México no estás cruzando una selva, no hay animales, ni muertos, pero está el peor animal que es el humano”, dijo una mujer migrante que prefirió no identificarse.
La mujer, quien se lastimó una pierna mientras escalaba una montaña en el Darién, agradeció a Dios que ningún miembro de su familia fue secuestrado.
“Pero muchos que iban con nosotros si lo fueron, en ese país te roban, cada funcionario te extorsiona, todo es un negocio”.
Miedo al agua y a los gorilas
“Este viaje no es imposible, pero no se lo recomiendo a nadie”, dijo con vehemencia Yeisy.
Arrieta aseveró que existen heridas de su travesía que aún están abiertas y que espera en algún momento cicatricen.
“Hay partes del viaje que no recuerdo, no sé si es que mi mente decidió no procesarlas, mi hijo mayor ve una piscina o una playa y la da miedo meterse porque pasamos muchos ríos, a él lo tiene que estar viendo una terapeuta en su escuela, porque vimos tantos niños perdidos que piensa que le puede pasar lo mismo”.
Luisana no vió cadáver alguno en el trayecto, pero sí escuchó de gente que murió.
“Pasábamos jornadas de seis y ocho horas caminando, nos montamos en canoas que se le metía el agua”.
Yeisy se autoflagela por la adversidad por la que hizo pasar a sus hijos, pero no se arrepiente de la decisión tomada.
“Fue mi culpa, yo tenía la opción de que me llenaran un Parole humanitario, pero el papá de mis hijos se olvidó de ellos, nos dejó de enviar dinero a Venezuela, estaba en Fort Myers (Florida) y se fue huyendo de sus hijos a Atlanta. No me arrepiento de haberme venido porque no sé qué sería de mi vida en Venezuela. Este país a los niños los protege, les brinda educación, yo ya tengo 36 años y siento que ya he vivido, todo lo hago por ellos”.
Vivas tenía una heladería en San Antonio del Táchira, pero los problemas con el servicio de energía eléctrica le hicieron claudicar.
“Me traje a mi hija de 7 años y tuve que dejar a la otra de 1 año y medio con mi mamá en Venezuela, fue muy fuerte por todo lo que pasamos, esto yo no lo volvería a hacer. Si las cosas llegan a cambiar en Venezuela me devuelvo, nada como mi querida patria”.
La mujer anónima, perteneciente a una familia de cuatro miembros, coincide en que tampoco volvería a emprender una travesía como la que le permitió entrar a Estados Unidos a comienzos de abril de 2024 a través de la aplicación CBP One.
“No lo volvería a hacer, ni exponer a mis hijos a eso, hay que meterse en ríos, agarrarse de mecates para atravesarlos, caminar mucho, es muy peligroso. Nos tocó subir montañas muy empinadas, resbaladizas, que eran solo de barro. Sufrimos para llegar y eso que calculo que gastamos entre 4 mil y 5 mil dólares”.
Se necesita más ayuda
Patricia Andrade no está completamente satisfecha con el trabajo que efectúan en Raíces Venezolanas.
“Hay fondos federales por todos lados, pero aquí no llega nada. Tengo que pagar 3 mil dólares de alquiler mensual por este espacio, nos lo subieron en un 50 %. No recibimos financiamiento alguno, vivimos de donaciones y trabajamos en un espacio limitado. Nos gustaría ayudar a más gente, pero realmente no podemos”.
A juicio de Patricia, Miami es una ciudad costosa y eso también se refleja en iniciativas como Raíces.
“Tenemos planes que no podemos llevar a cabo porque no podemos crecer, necesitamos apoyo económico para poder mantener las puertas abiertas”.
Andrade explicó que la ciudad de Miami carece de una estructura para recibir a refugiados.
“El Condado de Miami-Dade está apenas empezando a estudiar la situación con los migrantes y tienen algunos planes”, sostuvo Andrade.
María, voluntaria-fundadora de Raíces, señaló que deben estar preparados para una eventual nueva ola migratoria venezolana.
“Mi opinión es que una victoria de Maduro en la elección presidencial del próximo 28 de julio sería una consecuencia lógica para esperar esto, no me cabe la menor duda”.
Periodistas también migran
Aunque no maneja cifras específicas, Sonia Osorio, presidente de la Asociación de Periodistas Venezolanos en el Extranjero (APEVEX), sostuvo que en los últimos años se ha percibido en Estados Unidos un incremento de los profesionales de la comunicación social que huyen de la persecución gubernamental, censura, cierre de medios y sueldos miserables.
Osorio, quien reside en Miami, colocó como ejemplo al periodista del estado Lara, José Luis Leal, quien en las primeras de cambio emigró a Ecuador y después de caer en situación de calle en la nación sudamericana decidió cruzar el Darién para llegar a Estados Unidos, donde actualmente reside en Washington DC.
“Muchos colegas han venido por razones de persecución, pero también por motivos económicos, es un hecho que en Venezuela han cerrado muchos medios y hay periodistas desempleados”.
La también periodista indicó que APEVEX tiene doce años de fundada y que posee miembros en varias partes del mundo.
“Nuestra labor es brindar asesoría al periodista que recién llega para que pueda insertarse en la sociedad, no desde el punto de vista legal porque no somos abogados”
Osorio sentenció que una hipotética victoria de Maduro en los comicios presidenciales del venidero 28J podría significar un éxodo de periodistas, no solo hacia Estados Unidos sino a otras partes del mundo.
“No nos cabe duda de que si Maduro sigue en el poder, la persecución a la prensa libre va a aumentar”.
*Nombre cambiado a petición de la persona entrevistada